lunes, 30 de agosto de 2010

“Ya ustedes son nuestros”

Ayer, mi mujer y yo hacíamos una visita el supermercado Bravo que está en la Avenida Sarasota. La visita, como parte de nuestra vida semanal tenía un solo objetivo, comprar el tinte de pelo para mantener las canas ocultas que pueden delatar la edad de mi acompañante. Ese objetivo repetido una y mil veces varios días antes, deja de ser cierto tan pronto pisamos la instalación y es inevitable caminar y caminar los pasillos para “ver qué hay de nuevo” JAJAJAJA.

Nos encontrábamos entonces parados frente al lineal donde se encuentran las galletas haciendo toda una tesis que versaba sobre la calidad entre las galletas de soda Hatuey y Aviva. La experiencia que tenemos es que las segundas están ahora mismo mucho mejor. Cuando llegué a República Dominicana me afilié a las galletas Hatuey porque eran las que consumían mi hija y yerno. Con el paso del tiempo, a mi parecer, esas galletas han ido perdiendo calidad y la empresa que las produce ha ido perdiendo responsabilidad sobre la presencia de su producto en un supermercado. La última vez que las compramos estaban todas viejas, como diríamos en Cuba, “socatas”.

En fin, estábamos entretenidos, ya con el tinte en la mano, en estos análisis basados además en algunos previos conocimientos de marketing, cuando de pronto una señora bajita, dominicana, que pasaba por nuestro lado empujando un carrito con algunos productos, al escuchar nuestra conversación, giró un U y sin ningún tipo de protocolo nos comenzó a dar su opinión sobre el tema galletas de soda, no como una experta en el tema, sino sencillamente como una mamá que explica a sus hijos. Nos explicó que a su esposo le habían gustado siempre las galletas Hatuey, que durante muchos años esas habían sido las que había consumido, pero que luego de probar las Aviva, las saladitas, se ha convertido en fanático de ellas. Hoy no quiere otra galleta.

El encuentro duró cinco minutos agradables, la señora evidentemente sentía placer con ayudar. Al despedirnos, ya con las galletas Aviva en nuestras manos, la señora con una curiosidad hasta cierto punto medio picaresca nos preguntó: ¿Son ustedes extranjeros? A lo que respondimos Si, somos cubanos, pero vivimos aquí desde hace ya algún tiempo. Ella entonces, sonrió, con una de esas sonrisas dulces y cariñosas que trasmite una buena madre o abuela a su descendencia y nos dijo, “YA ESTAN AQUÍ, YA USTEDES SON NUESTROS”

Gracias, gracias, despedidas y cada cual siguió su camino. Nosotros a pagar, ya llevábamos el tinte y otras cosas más, de las no planificadas que complicaban nuestro presupuesto. Ella, imaginamos continuó en la búsqueda de sus productos, entre los que de seguro se encontraban los que prefería su esposo y en busca de otras personas a las que ayudar o con las que compartir experiencias.

Las últimas palabras pronunciadas por la señora, de la que no hizo falta conocer su nombre, nos hicieron reflexionar durante todo el camino de regreso y agradecer enormemente esta realidad. Es un hecho común al que ya estamos acostumbrados. En cada esquina de éste país, cada persona que se tropieza con nosotros, al detectar – enterarse de nuestra procedencia, empiezan a darnos cariño, no ocultan la amistad, la consideración, hasta cierto punto la admiración y respeto que sienten por nosotros los cubanos. Igual debe haber personas que no nos soporten, por …, pero debo reconocer que en mis casi tres años de vida aquí, no me las he tropezado. No deben existir muchas porque tampoco mis amigos cubanos han tenido esa experiencia negativa, que hasta cierto punto hubiera resultado desagradable.

Como he escrito anteriormente en algunos de mis artículos, encuentros como este, casuales, no planificados, con personas comunes, sin interés alguno, en un concho, en un colmado, en cualquier calle o esquina, a pesar de todos los problemas, algunos de ellos muy graves, con los que tenemos que convivir todos los días, robo, violencia, muertos, asaltos, droga, corrupción, etc., hacen de esta nación, una lugar agradable y bueno para vivir.

viernes, 27 de agosto de 2010

Niños en la Calle.

En estos días escucho por la radio en el programa Gobierno de la Mañana, un mensaje de la Dirección de Migración sobre los niños que se encuentran en las calles dominicanas, sobre todo en los semáforos, y un llamado a no entregarles dinero. Dice el anuncio que de esa forma no se resuelve el problema, todo lo contrario, se estimula algo que en realidad está mal. La intención me parece necesaria y muy buena. Ojalá tenga además detrás una acción de las autoridades que logre borrar esa imagen dura e incluso desagradable y que no se quede solamente en la buena intención.

No creo que el fenómeno sea nuevo ni exclusivo de República Dominicana, pero lo cierto es que después del terremoto en Haití las principales intercepciones de la ciudad de Santo Domingo se han llenado de niños, incluso muy pequeñitos, mujeres con bebitos en brazos, otras embarazadas, que piden dinero a las personas que van en autos mientras se detienen en los semáforos, a veces, o casi siempre, jugándose la vida dentro de la locura con que vive el tránsito en la ciudad, no importa si llueve a cántaros o hay sol, no importa si es de día o de noche. También hay niños dominicanos, pero es justo decir que en menor escala y en líneas generales, no piden dinero, tratan de venderte algo o limpiarte, a veces ensuciarte, los vidrios del auto, cosa que para nada es justificable tampoco.

Los que nacimos en Cuba después de 1959 no estamos acostumbrados a esa realidad, no la vimos en nuestro crecimiento, al menos yo no la vi y entonces nos choca mucho, independientemente de que conocíamos que existía fuera de la Isla. No es que Cuba fuera un sitio ideal, ni que no existieran problemas de todos tipos, pero lo cierto es que la niñez estuvo durante muchos años priorizada, todavía hoy se trata de priorizar y el Sistema de Seguridad Social establecido, trataba de controlar y buscar una solución para las personas llamadas “de la calle”, lo que hacía que fueran bien pocas. Una de las cosas que más el gobierno cubano pregonaba para demostrar lo bien que se vivía bajo el régimen comunista era la propaganda sobre los llamados niños de la calle en todos o casi todos los países de América Latina y siempre existían los cuentos de los que viajaban, familiares y amigos, por funciones de gobierno, que ratificaban esta realidad.

La infancia cubana, en líneas generales, vivió al margen de estos problemas comunes de los países pobres. Es cierto que por momentos, o muchos momentos, no había el juguete más moderno y lindo, que todos nos vestíamos parecido, pues la oferta de ropa en las tiendas era limitada, que los lugares para pasear eran bien pocos, que ir a la playa significaba solo arena, sol, agua salada y alguna comida traída de la casa, que las golosinas no abundaban, etc., pero no recuerdo la imagen de niños que pedían limosna en las calles, no tuve nunca un amiguito que viviera esa realidad.

Luego, con la aparición del triste célebre “período especial” y la gran crisis económica comenzaron a aparecer algunas de estas manifestaciones y otras más complicadas. Sobre todo en los lugares vinculados al turismo, se veían personas tratando de buscarse algunos dólares, vendiendo cosas como suvenir, cuidando los autos que se parqueaban y algunos niños que, enviados o no por sus padres, pedían no creo que para comer o comprar medicinas, sino para comprarse un refresco, unas galleticas o caramelos en las tiendas habilitadas por el gobierno para el consumo en divisas. La infancia, las golosinas y los juguetes, no entienden de ideologías.

Durante algunos años trabajé como historiador en el Museo de la Ciudad del Casco Histórico y puedo asegurar que en mis recorridos por las calles de la Habana Vieja con grupos de turistas, en ocasiones algún que otro niño se acercó a mí para pedirme dinero. También recuerdo las imágenes de algunos turistas, no muy bien intencionados, que llamaban a los niños y tiraban las monedas al aire para provocar que se revolcaran en el piso, como en las tradicionales piñatas en los cumpleaños infantiles. Recuerdo que la idea de los niños pidiendo en esas calles visitadas por turistas extranjeros llegó a convertirse en un problema para el gobierno y sobre todo en una tarea “priorizada” a resolver por las autoridades competentes de la zona. Sobre esto tengo una anécdota, hasta cierto punto vulgar y brutal, pero que puede demostrar la preocupación por un tema tan sensible como este, pues desmentía aquello de la niñez feliz en la Cuba Socialista de Fidel.

Estando yo un día en el Museo, fui encargado por el mismísimo Eusebio Leal, para enseñarle la Habana Vieja a un grupo de turistas puertorriqueños interesados en nuestra historia. Los recibió Leal como de costumbre hacía con algunos visitantes, me los pasó y salí a caminar. Mi primera impresión fue que era un grupo un poco extraño. Mujeres muy gordas o muy flacas con el pelo desteñido y mal peinado, hombres vulgarmente adornados con camisas abiertas, chancletas, cadenas y manillas de oro extremadamente visibles, etc. No era la imagen de turistas interesados en la cultura y la historia, pero …

Comencé mi recorrido, luego de escuchar de la boca de algunos de ellos que eran desempleados y que viajaban como turistas con la ayuda económica que su gobierno les daba, cosa que me maravilló. Hablaban extraño, como forzando el español. Durante todo el viaje, yo interesado por la historia y ellos interesados en los niños que pedían dinero, los llamaban, les daban caramelos, los hacían bailar, etc. Me comenzó a llamar la atención, un “turista” gordo que sudaba a chorros y que no sacaba la mano de un enorme maletín que llevaba consigo. La imagen del pobre gordo y el trabajo que pasaba tratando de resolver algo dentro del maletín, ahora me hace reír. Fin del cuento, terminé mí recorrido medio disgustado, la idea del entretenimiento con los niños me parecía una falta de respeto a mi interés por dar a conocer nuestra cultura. Concluí que casi ningún “turista” del grupo me escuchó, los despedí en la puerta del museo y me pregunté por qué me pasaba a mí esto.

Días después fui mandado a buscar a la Dirección y pensé, ya viene el regaño. Pero no, no era para regañarme, mi Director me orientó que tenía que repetir la visita con el mismo grupo. ¿Quéeeeeeeeeeeee?, pregunté asombrado. No le quedó más remedio que confesarme lo que hasta ese momento había sido casi un secreto de estado. El grupo no era de turistas, mucho menos puertorriqueños, ni les interesaba para nada la historia. Eran especialistas de una de las direcciones del Ministerio del Interior de Cuba que hacían una investigación sobre los niños y adultos que pedían dinero a los extranjeros, para poder presentar un informe y tomar determinadas acciones. El gordo, pobre el gordo, tenía una cámara dentro del maletín para fotografiar, que al final se descompuso y no pudieron recoger imágenes para adornar - acompañar el informe. Como es de suponer, en ese momento con conocimientos de causa, me negué a volver a dicho “vía crucis” pues me sentí engañado vulgarmente. Otra “compañera” fue designada para la “alta misión”, no recuerdo exactamente si cambiaron al gordo o trajeron mejor técnica. En aquel momento la idea me pareció brutal, no había que montar tal espectáculo para demostrar lo que se quería, pero de una forma u otra, vista desde lejos, tenía la intención, quizás mal estructurada pero buena intención, de conocer sobre un asunto que se estaba imponiendo en las zonas vinculadas al turismo y tomar alguna medida para que esto no ocurriera.

La situación de los niños en la calle, es bien fuerte para todas las partes. Primero y sobre todo para los niños que se convierten en adultos maltratados por la vida desde muy temprano y literalmente se la juegan en las calles. Segundo, para los ciudadanos comunes que frente a la realidad de tener a un niño, a veces muy pequeño, tocándote el vidrio de la puerta para pedir dinero, con su carita media triste, media sucia y la sonrisa que muestra como agradecimiento por recibir 5 ó 10 pesos, los pone en la disyuntiva de dar o no dar. Tercero, para cualquier gobierno democrático, defensor de los derechos civiles, moderno, pues la imagen de personas vendiendo cualquier cosa o a veces con limitaciones y deformaciones grandes, físicas y mentales, pidiendo dinero y sobre todo la presencia de niños dominicanos o haitianos, pero niños, tirados en las calles todo el día, echa por tierra hasta el más elegante de los discursos

He conversado mucho sobre este tema con los que me rodean. Se habla, sin pruebas sólidas, de que esos niños no son independientes, sino que detrás de ellos existen bandas organizadas de adultos que los manejan depositándolos en las calles de la ciudad y por supuesto quitándoles el resultado de su “trabajo”, se dice incluso que muchas veces los bebitos que se exhiben en los brazos, no son de las supuestas madres, sino que, como objetos o herramientas de trabajo, se les entregan a algunas mujeres para hacer más patética la imagen de la necesidad. Cuánto crimen. Hay personas que se quejan, con razón, porque si movido por la lástima o compasión entregas 5 pesos en cada semáforo a un niño, terminas gastándote el salario del mes en esa acción noble y entonces no podrás cumplir con tus compromisos, quizás esto sea exagerado pero refleja la cantidad de personas que piden y la frecuencia con que lo hacen. Si pasas cinco veces por la misma esquina, cinco veces tendrás a un grupo de personas que te piden, te quieren vender algo o te entregan cualquier cosa a cambio de una ayuda.

Luego el tema que para mí como cubano fuera bien fácil de solucionar, tiene muchas aristas hasta cierto punto bien complicadas. Me comentan muchas personas que el hecho de recoger y deportar a esos niños haitianos, pudiera desatar una enorme ola de críticas de países vecinos y organizaciones civiles mundiales a República Dominicana y que podría echar más leña al fuego histórico y eterno que existe entre las dos naciones que ocupan esta Isla. Pudiera ser que al intentar acabar con esas supuestas bandas de adultos que negocian con niños, se afecten algunos intereses mayores, que no interesa afectar por el momento. La idea de recoger, organizar, trasladar, darles protección a esos niños, pudiera convertirse en una vía para que otros niños buscaran dicha protección y entonces el problema se hiciera crónico e inacabable, teniendo las organizaciones dominicanas que trabajar indefinidamente con este tema. La realidad es que no se trata de un niño, ni de diez, sencillamente se trata de cientos, si cientos de ellos que amanecen todos los días tirados en las calles de todo el país.

Es triste que frente a una realidad tan urgente, existan tantas variantes que impidan resolver el tema de una vez y por todas. Es triste que las personas de bien y sensibles, no puedan hacer ya más nada. Es triste que la idea que se imponga sea no entregar dinero a los niños, no porque es incorrecto, insano, deformante o porque no soluciona el asunto, sino porque detrás de esos niños existen “bandidos” que trafican con su necesidad, ignorancia e inocencia y que de momento no se pueda hacer nada con esos bandidos.

Hay llamados de iglesias y organizaciones a no entregarles dinero a esos niños, pero frente a la dura realidad que padecen, cambiar el dinero por alguna golosina, algo de comida, algún líquido, para al menos ayudar ese día, en ese momento, al que sufre.

Ojalá el mensaje de la Dirección de Migración no se quede en solo mensaje. Ojalá las organizaciones e instituciones dominicanas descubran una manera de resolver el tema de forma estable, sin que esto provoque más desencuentros entre los dos países vecinos. Ojalá sobre todo desaparezcan esos niños de la calle, no como resultado de esconderlos, detenerlos, etc., sino porque se les ha garantizado un futuro estable, sólido y duradero. Sé que es difícil, no creo que se resuelva como por arte de magia, conozco que existen personas e instituciones en el país que trabajan para mejorar y resolver este gran problema. Yo entonces recomendaría aunar esfuerzos para hacer algo más y hacerlo cuanto antes.

domingo, 22 de agosto de 2010

BB. ¿Tecnología para la comunicación o aparato para incomunicarse?

Debo aclarar desde el principio de este artículo que no soy un viejo retrógrado, no estoy al margen, ni en contra de los adelantos tecnológicos, mucho menos soy un desconocedor de ellos. También es justo dejar claro que no soy un seguidor y poseedor del último invento que se pueda sacar al mercado para “mejorar” la vida de los seres humanos, aunque me mantengo informado a partir de mi familia y amigos, quizás más impresionados y necesitados de la modernidad. Soy sencillamente un tipo normal.

Dedicaré aquí hoy un tiempo a los BB, se pronuncia BiBi procedente del inglés y el snob con que viven algunas personas, o sea, los BlackBerrys. Modernos teléfonos inteligentes, a través de los cuales parece que la distancia, la dificultad para hablar y escuchar, enviar y recibir mensajes, fotos, documentos, presentaciones, navegar por internet, realizar compras e incluso saber dónde se está parado exactamente, son cosas del pasado y que al menos en el pedazo de la sociedad dominicana donde me desenvuelvo han creado “furia”.

Me parece entender y de hecho me resulta bien bueno que el BlackBerry fuera diseñado pensando en personas vinculadas a funciones económicas o sociales importantes, cuya primera necesidad es estar disponibles las 24 horas del día, pues tienen que tomar decisiones de las que dependen un gran negocio, una inversión multimillonaria, una acción a hacer para reparar o restaurar determinado servicio de urgencia, una actividad social que beneficiaría a miles de personas y no puede esperar, una emergencia de cualquier tipo, etc. De ahí la cantidad de funciones que poseen los modelos que hoy se encuentran en el mercado: acceso a internet desde cualquier lugar y todo lo que esto garantiza, calendario, libreta de direcciones, lista de tareas, calculadora, entretenimientos, entre otras.

Me parece bien bueno que existan ofertas que puedan mejorar las posibilidades de comunicación, pues de ellas dependemos hoy día cada vez con más urgencia, ya que la vida es cada vez más rápida y complicada. Mucho trabajo o muchos trabajos a la misma vez, familiares de todas las edades en la calle luchando diariamente por sobrevivir, amigos sobre los que tenemos que mantenernos informados y una cantidad enorme de conocidos hoy radicados en muchas y distantes partes del mundo. Entonces para esto bien viene un buen teléfono con muchas posibilidades y funciones y vendría mejor unas buenas tarifas que alegraran el uso y consumo de la tecnología.

Sin embargo, parece que el tema BB ha parado en una necesidad más allá de para lo que fue inventado. Lo primero que observo y obtengo de mis amigos es que los BB se han convertido en un medidor social, al menos en los sectores sociales y laborales donde me desenvuelvo, o sea, las personas que poseen un BB y los otros que no lo tienen.

Mi yerno, trabajador en el mundo tecnológico, las computadoras, los servidores, las redes de comunicación, etc, me ha asegurado en muchas ocasiones, que en las reuniones a las que asiste con otros “trabajadores tecnológicos”, las personas no se pueden dar el lujo de exhibir un llamado “mal teléfono”, pues corren el riesgo de ser mal evaluadas. Casi es obligatorio portar un teléfono moderno, de última versión en el mercado, con muchas funciones, utilícelas o no, tal como si los conocimientos, habilidades y capacidades dependieran del aparato que se posee. Si tienes un BB por ejemplo, eres un tipo inteligente y capaz, si no lo tienes casi nadie te escucha. Pretender exhibir un telefonito sencillo, digamos un Alkatel, es sencillamente suicidarse como persona, independientemente de tus reales rendimientos profesionales. A mí la imagen que me viene a la cabeza es las clásica escena de las viejas películas del oeste americano, cuando los rivales se encontraban en un bar y cada uno sacaba sus pistolas y las ponía sobre la barra, tratando de impresionar de esta forma al oponente de turno. Imagino a todo el mundo desembarcando sus teléfonos sobre una mesa de reuniones y la dedicación como primer punto del encuentro a observar, comentar y evaluar sobre los teléfonos que cada uno posee.

Lo cierto es que la posesión de modernos teléfonos se ha convertido en una de las metas más soñadas de algunos de los habitantes de este país, creo entender que pasa en otros muchos lugares del mundo, lo que ha devenido en casi una enfermedad psicológica. Hay explicaciones científicas que ya hablan de adicción al chat a través de los teléfonos y de seguro aparecerán consultas médicas para solucionar dichas adicciones.

Veamos algunos ejemplos reales de los que puedo dar fe, pues ocurren a mí alrededor y cada uno de ustedes, mis lectores, podrán sacar sus propias conclusiones.

Mi amiga Lissette, apenada hoy, me confiesa que hace unos días, la persona que le arregla el cabello en el salón donde asiste sistemáticamente le dijo: “… Doña, usted antes venía y conversábamos todo el tiempo, ahora solo mira y chatea por su BB”. La simple trabajadora le descubrió que algo había cambiado en ella, que ya no era la misma, pues aparentemente comunicada a través de la tecnología, había variado su capacidad de comunicarse con las personas que la rodeaban en ese momento en el mundo real.

Otras dos amigas, Jacqueline y Marlene, que por coincidencia son Odontólogas, en Cuba lo decíamos más fácil, o sea, dentistas y trabajan en clínicas bien distantes, me han jurado que últimamente han tenido pacientes que en el momento en que están siendo atendidos, han intentado ponerse a chatear e incluso les han propuesto la posibilidad de tomar una foto para publicarla en Facebook. Recreemos este momento para darnos cuenta de hasta donde hay personas que viven de forma extraña, en Cuba lo diríamos de otra forma. Recordemos lo incómodo, por así llamarle, que significa estar sentado en un sillón de un dentista y tener la boca abierta a su máxima posibilidad como no la abrimos comúnmente, entonces una persona te tiene una mano, a veces las dos, metidas en la boca y además en tan poco espacio te tienen metido aparatos, tijeras, algodones, pinzas, barrenas, etc, lo que hace del momento, todo menos agradable. Cómo puede alguien en ese instante sacar un teléfono mientras lo atienden – trastean para chatear, probablemente para contarle a un amigo que le están arreglando una muela, que le duele, que sangra, que la doctora le tiene la mano metida en la boca, etc, o peor, tratar de tomar una foto para inmortalizar el momento y subirla a Facebook, tal como si se tratara de algo bien lindo y agradable. Sencillamente es un acto de locura.

He participado en reuniones donde la persona que funge como interlocutor, no separa la vista de su BB y ha interrumpido la conversación en varias ocasiones para responder el mensaje de última hora, tal como si no pasara nada. Marlene me asegura que le ha pasado esto recientemente en una entrevista en la Cancillería, donde la funcionaria que debía decidir determinado tema de importancia, interrumpió la conversación más de cinco veces para responder al chat.

Mi hijo, que trabaja en la recién inaugurada tienda Zara del Blue Mall, me asegura que no hay una mujer, de cualquier edad, que entre a su tienda que no porte en la mano un BB. Para muchas mujeres, los teléfonos son objetos para llevar en las manos, jamás ir en la cartera, pues no daría tiempo a responder como relámpago el mensaje que entra por el chat. Muchas de ellas escriben mensajes mientras caminan dentro de la tienda, tropezando con perchas, otras personas o cualquier cosa que tengan en el camino y que obviamente no pueden ver. Para colmo de los colmos, muchas veces los mensajes son para otra amiga que también está dentro de la tienda, solo que en otro pasillo a pocos metros de distancia. Locura superior.

Hace unos días, mientras fumaba al final del pasillo de la universidad donde doy clases, me llamó poderosamente la atención que en la planta baja, uno custodio, bien joven por cierto, pasaba su tiempo de trabajo entretenidamente y sin presión, chateando con alguien desde su BB. Lo primero que me pasó por la cabeza fue la pregunta de cómo podía pagarse un BB y su conexión, pues su salario debe ser muy bajo, teniendo como referencia lo poco que ese centro docente paga a los profesores que allí imparten clases y no debe él proceder de una familia “de bien”, pues los hijos de esas familias no trabajan como custodios.

Puedo asegurar que al salir de mis clases a las 10:00 pm en una botella, los dominicanos la llaman bola, desde la universidad a mi casa con uno de mis alumnos, este se ha pasado el tiempo chateando sin mirar casi a la calle y sin controlar absolutamente el movimiento del auto, o sea, las dos manos van al teléfono, tal como si fuera esté el timón o guía del carro y solo de vez en cuando, tocan el verdadero timón o guía. Esto no es nuevo ni extraño, baste pararse en una calle de Santo Domingo para observar que muchas, pero muchas personas, escriben, leen, vuelven a escribir, mientras manejan. Alternando las manos entre el timón y el teléfono.

Una noche esperando en la acera a mi hijo que venía con un grupo de amigas a una fiesta que teníamos, una de las amigas se bajó del auto que los trajo tan entretenida con su chat, que al pasarme por el lado olvidó el acto más elemental y sencillo para la ocasión: …hola qué tal, buenas noches. Lo que me hizo pensar que en realidad era una incomunicada y quizás algo más. Cuenta mi hijo que la hermana de esa amiga, cuando quiere decirle algo estando dentro de la misma casa, le escribe a través del BB, es la única forma de que le llegue el mensaje, lo vea y haga lo que se necesita de ella.

Yobanka, una de mis alumnas en la universidad, me aseguró que estando comiendo en un restaurante, se dedicó a observar a la mesa de al lado. Una pareja de jóvenes estuvo todo el tiempo escribiendo y mirando a sus BB y entre mensaje y mensaje comían. Terminaron, pagaron la cuenta y se fueron. En más de una hora de estancia en el lugar, no se dirigieron apenas la palabra entre ellos.

El más extraordinarios de los cuentos suele ser el de la existencia de grupo de jóvenes de ambos sexos reunidos alrededor de una mesa o en algún banco, incluso parejas de aparente enamorados, que se entretienen pasándose mensajes unos a otros estando frente a frente, sin articular palabra alguna. ¿Se estarán volviendo locos?

Que buena es la tecnología y qué bueno sería que todos tuviéramos acceso a ella. Pero si la posesión de determinado aparato nos separa, diferencia e incomunica, pues vaya a la #µ¥ǽʨϠ. En mi época de más joven, las personas salíamos a la calle a hablarnos y sobre todo a tratar de tocarnos, cosa que es mucho más reconfortante y agradable que pasar los dedos por encima de un teclado. Los amigos y los amigos de los amigos, nos conocíamos, hablábamos, discutíamos, a veces incluso nos gritábamos, pero de cualquier forma estábamos realmente más comunicados y sobre todo dependíamos menos de los aparatos para ser felices. Al final me encanta mi hija Jennifer, tiene un IPhone con una inmensidad de aplicaciones, según Appel.com pueden existir más de 200 000 aplicaciones oficiales para este tipo de teléfono, (ver - http://www.apple.com/iphone/apps-for-iphone/), que pasa la mayor parte del tiempo descargado, tirado por algún lugar de su cartera o la casa, demostrando que el aparato no es tan importante como para quitarle su profundo sueño. A pesar del aparato, Jennifer continúa hablando frente a frente.


domingo, 15 de agosto de 2010

¿Santo Domingo, ciudad baño?

Hace unas semanas ya, un periodista publicó una foto en un periódico, lamento no recordar exactamente cuál, donde se veía a un hombre mayor, canoso, de espalda, orinando contra una pared en una de las calles de la ciudad en pleno día y al pie de la foto aparecía un comentario donde más menos se leía que esa persona debía recordar que en sus tiempos de juventud hacer esto le podría haber costado incluso la vida, haciendo referencia creo yo a la época trujillista. Luego estando hace unos días sentado en mi balcón, a las 12:00 m, dos jóvenes que venían en un minibús de la compañía eléctrica, cuya matrícula ahora no es importante, se bajaron, tal como si compitieran, abrieron las dos puertas delanteras y de forma sincronizada, orinaron sin el más mínimo pudor.

Ayer en la noche, mientras realizábamos un poco de deporte, mi buen amigo Jorgito Ceballos, motivado - preocupado por el tema, me dio la suficiente cuerda para que escribiera sobre este tema y entonces aquí está.

Recuerdo que durante mi juventud en Cuba, no existían baños públicos, era muy difícil encontrar uno de ellos en la calle, reservados solo para la época de carnavales. Haciendo memoria, luego de comprobar con mi familia y amigos, no recuerdo la imagen de personas orinando en pleno día en cualquier calle o esquina. Podría uno asumir, que algunas personas necesitaban hacer sus necesidades, pues se les veía apartarse del grupo, caminar muchos metros hacia dentro de un parque o un solar despoblado en busca de un grueso árbol para protegerse - esconderse o buscar un oscuro pasillo entre dos edificios y arriesgarse a penetrar en lo desconocido, con tal de ocultar la acción. Las bodegas en Cuba no tienen baños, durante todos aquellos años a los cubanos les estaba vedado entrar en los hoteles y las bombas de gasolinas tenían baños cerrados con candados, con carteles que aclaraban “solo para los empleados”.

Luego durante el período llamado “especial” que como todos sabemos fue todo menos eso, aparecieron algunas cafeterías y tiendas, se abrieron las puertas de los hoteles para el consumo sin hospedaje y con esto aparecieron unos personajes dantescos cuya función era, mantener limpio los baños y sobre todo hacer guardia en la puerta de estos acompañados de un platillo con algunas monedas, que sin poseer un cartel, decían, deja algo aquí si quieres orinar. Nunca llegamos a entender si estas personas trabajaban oficialmente en dichas instituciones, pues se manejaba a nivel popular que eran trabajadores contratados sin salario, que vivían de las monedas que dejaban los usuarios. Lo cierto es que la imagen de estas personas, que generalmente miraban con mala cara a los que entraban y salían sin dejar nada, que aparecieron en los aeropuertos, cafeterías, tiendas e incluso en los baños de hoteles, era bien fea, por decirlo de alguna forma. Muchos llegamos a sentir el temor de intentar orinar y por no tener moneditas, que por cierto eran bien difíciles de poseer durante todo aquellos años, ser regañados o mal mirados, pero en líneas generales las personas pagaban para entrar. Era frecuente ver a amigos que pedían monedas a otros amigos para poder hacer sonar el platillo y recibir una sonrisa de la persona que custodiaba la puerta.

Puede ser que los cubanos, al tener menos líquidos que consumir, orináramos menos, JAJAJAJAJAJAAJA, pero lo cierto es que la imagen de personas, hombre, mujeres, incluso niños orinando públicamente en la calle no fue frecuente, cuando esto se veía, de seguro era una persona indigente o loca, también las había o sencillamente alguien que estaba pasado de alcoholes. Pero en muchas ocasiones frente a este acto, tal como una sanción, se escuchaba de alguien que pasaba el grito de “Descaradooooooooooo”, lo que daba la impresión de un rechazo popular.

Es llamativo que todos los días, en cualquier calle o esquina de nuestra ciudad, incluyendo las grandes avenidas y a plena luz, generalmente los hombres, de cualquier edad, raza e incluso status socio - económico se bajan de sus autos, abren las puertas y orinan, donde otras personas, incluyendo a los niños, pasan por su lado y una inmensidad de otros autos se trasladan. He visto varias caras de asombro e inconformidad de muchos dominicanos, he recibido los comentarios desaprobatorios de muchas de las personas con las que he comentado el tema antes de llegar a este artículo, lo que me hace pensar que nada tiene que ver con el origen o nacionalidad.

La acción me parece brutal, aunque entiendo que la necesidad de orinar puede llegar a apurar. Lo que me hace pensar que es una costumbre que se ha ido imponiendo, por falta de cultura, educación, pudor y cambios para mal en la sociedad civil dominicana y sobre todo poco respeto ciudadano, que contrasta con el aparente desarrollo económico que se exhibe. En el poco tiempo que llevo viviendo aquí, conozco que en cada esquina hay un colmado, en cada colmado hay un baño. Existen muchas bombas de gasolina de diferentes compañías, en cada una de ellas hay un baño para cada sexo. Existen grandes cafeterías y restaurantes, en cada uno de ellos hay baños también para cada sexo. Existen además miles de pequeños negocios que venden comidas y bebidas, comedores de los llamados empresariales, donde como mínimo hay un baño y para colmo la ciudad está llena de tiendas, super tiendas, supermercados y en cada uno de estos lugares existen baños, donde a nadie se la prohíbe entrar y no se cobra por el servicio. No he visto nunca a la famosa persona con el platillo lleno de monedas en espera de que alguien pretenda acceder. Entonces es injustificado que exista la necesidad de abrir la puerta de un auto, que puede tener más personas dentro y orinar en una calle públicamente, tal como si no pasara nada.

Como simples mortales, es más que evidente que todos tenemos necesidades biológicas a resolver, hay momentos en que estas necesidades se convierten en una tortura, sobre todo para los que estamos en la calle el día entero, pero de ahí a aceptar que podemos vivir tal como animales en la selva es bien diferente. La ciudad se ensucia, las calles huelen a orine y sobre todo la imagen de personas orinando constantemente a tu alrededor llega a ser bien desagradable. Imagino que no pocas personas deben haber pasado apuros en su andar diario al enfrentar, quizás chocar, con alguien que despreocupada y placenteramente orina en una acera. He visto a personas orinar incluso debajo de una valla con la cara del Presidente, quizás en este caso sumándole al acto cierto contenido picarezco político.

Soy testigo de muchas campañas sociales, dirigidas a eliminar la violencia familiar, a defender tal o más cual región, a prohibir la radicación de determinada empresa extranjera, a combatir las drogas, etc. Entonces no sería mal comenzar con una nueva acción. Podríamos pedir a las grandes empresas que donaran una valla de esas que tienen en las mejores calles de la ciudad, lograr que los políticos nos prestaran uno de los tantos espacios donde exhiben sus caras mecaniquedadas en photoshop, utilizar a los religiosos que como militares disciplinados recorren las calles tocando puerta a puerta con una biblia bajo el brazo, tratando de convencer sobre la presencia de Dios, etc., donde hiciéramos una pregunta, ¿Santo Domingo, ciudad baño? y trasmitiéramos una sola orientación, OJO - No orinar en la Ciudad.

De seguro estaríamos mejor.