He sido hasta cierto punto criticado por una amiga, Lissette, que me escribe diciéndome que me he dedicado a hablar sólo sobre las cosas malas que veo y que ha faltado en mis anécdotas y reflexiones, un poco o mucho de agradecimiento a República Dominicana. No estoy muy de acuerdo con esto, pero puedo llegar a entender este sano señalamiento, pues el hecho de ser yo un cubano que habla sobre dominicana, es arriesgado y sé que puede crear cierto ruido en el sistema.
Entonces para complacer a Lissette y sobre todo complacerme a mí mismo, escribiré hoy sobre algo lindo que tengo pensado desde hace tiempo. Hay tres cosas que me llaman mucho la atención diariamente. El tráfico y la forma alocada y agresiva con que manejan una gran parte de los dominicanos de ambos sexos. Las armas de fuego que, tal como si fueran caballeros medioevales, exhiben los dominicanos en sus cinturas y autos, de lo cual no hablaré ahora para no disgustar más a Lissette. Por último, algo aparentemente simple, cotidiano y quizás inadvertido para muchos, las carretillas con frutas tropicales que adornan diariamente cada una de las esquinas y calles de nuestra Ciudad.
Al ser cubano de Cuba, lo recuerdo porque conozco que existen hoy llamados cubanos de Miami, Madrid, Roma, el Cairo, incluso de Sidney, Australia y Juneau, Alaska, etc., ¿¿¿¿¿¿???????, podría parecer ilógico que me sienta fascinado por estas carretillas, a veces mal hechas, a veces medio destruidas, muchas administradas hábilmente por ciudadanos haitiano, que exhiben y venden frutas tropicales, porque Cuba es un país que está muy cerca de Dominicana, tiene un clima bondadoso que entrega casi 11 meses de puro verano anualmente y una tierra extremadamente fértil desde que fue descubierta en 1492 por los españoles, imagino que desde mucho antes.
Dicen los historiadores dedicados a esclarecer aquellos años que una de las cosas que más impresionó a los colonizadores fue precisamente la variada y exuberante vegetación que iban descubriendo en sus movimientos por la Isla. Impresión que quedó plasmada en las referencias a las frutas tropicales que siempre aparecen durante la vida colonial en las arte, literatura, pintura, música, grabados, esculturas, arquitectura, herrería, etc., y cuyos ejemplo más vivo que recuerdo hoy son El Templete, pequeño templo de estilo neoclásico construido en 1828 para homenajear el último asentamiento de la ciudad de La Habana que incorpora la piña, la reina de las frutas, como parte importante del diseño arquitectónico y la Fuente de la India, esculpida en 1837, en donde la figura de una joven aborigen cubana sentada en posición serena, muestra en su mano izquierda una cornucopia o vaso en forma de cuerno que representa la abundancia, lleno de frutas criollas cubanas.
Sin embargo, el tema carretillas con frutas me llama enormemente la atención y crea en mí una gran admiración, no lo puedo ocultar, más que las torres comerciales, autos modernos, negocios, etc., que se encuentran en todo el país y que son muchas veces solo más de lo mismo. Estas carretillas y su colorido, increíblemente organizadas tal como si fueran resultados de un artista de la mano, me recuerdan siempre a mi cuñado y mi hermano más que cuñado Cosmito, quien disfruta y valora la belleza que crea la combinación de colores dentro de la comida diaria.
Puedo asegurar que he visto a muchos dominicanos de a pie, por lo que asumo que es bien fácil y otros de yipetas, por lo que asumo que no importa el status económico, detenerse en una de estas carretillas y comerse una piña entera o la mitad de una fruta bomba, lechosa para los dominicanos, con la naturalidad que se respira en las madrugadas sin darle órdenes a los pulmones para que respiren. Puedo asegurar que he comido más plátanos de fruta maduros, guineos para los dominicanos, increíblemente lindos y dulces, en estos casi tres años, que en toda mi vida. Puedo asegurar que en más de una ocasión me he detenido a observar – aprender como esas personas que venden las frutas, pelan magistralmente en el aire una piña, quitándole todo lo que podría afectar la belleza de su dulce masa. Para colmo puedo asegurar que mi yerno Yordán con mucha frecuencia en las mañanas me ofrece un exquisito batido de mamey o de mango, si, batido de mamey o mango, que casi me hace llorar en el horario de desayuno.
Plátanos de fruta maduros, mamey, piña, aguacate, chirimoya, guanábana, un sencillo vaso de guarapo o jugo de caña como aquí le dicen, e incluso un mango, por solo citar algunos, son productos también de esa tierra fértil cubana, que se han convertido en lujos para los cubanos en Cuba tal como si se tratase de caviar, salmón o atún. Una piña o un aguacate, además de no abundar, pueden llegar a costar hasta 20 pesos cubanos. No sería mucho dinero si el salario promedio no estuviera más menos en 200 pesos, según mi apreciación, por lo que hablo de que comerse una lasca de aguacate dentro de una familia de 4 personas, o una rodaja de piña puede significar el 10% de un salario “proletario”, o sea, un verdadero lujo.
Recordamos hoy con cierta jocosidad, aunque a veces nos disgustáramos, que mi mujer congelaba la piña conseguida después de pelada, pues estaba destinada a tal o más cual comida especial y que la única forma de acceder a ella, o sea, a la piña, era robándonos, mis hijos y yo, algunos pedazos para comerlos casi a escondidas, corriendo el riesgo de ser “altamente” requeridos por la administración.
Recuerdo, que casi no recuerdo cuándo fue la última vez que comí mamey en Cuba y que de aparecer los precios eran extremadamente altos, casi prohibitivos. Ni hablar del llamado cocktail de frutas, pues casi nunca se llegaba a acumular el número necesario de frutas para hacerlo y que pareciera un cocktail.
Casi recién llegado, tuve una conversación con un empresario cubano que estaba aquí de paso por trabajo, ya imaginan. El compañero desde una posición bien mesurada y profesional, trataba de explicarme las ventajas del comercio con Cuba y la seguridad de aquella economía. Después de aguantar disciplinadamente sus argumentos, apelé a las carretillas de frutas tropicales que veía en cada esquina para darle una pequeña lección. Le dije, amigo, Cuba debe ser el país que más ingenieros y técnicos en especialidades agropecuarias tiene en el mundo. Además existen muchos laboratorios e investigadores dedicados todo el día a tratar de producir y mejorar muchas cosas, ejemplo, una rana que tenga pelos, poseemos la misma tierra fértil que descubrió y admiró Colón y desde 1959 poseemos una economía centralizada, organizada, planificada, combinada y equilibrada con un solo dueño o jefe, entonces cómo es posible que comerse un tostón de plátano macho sea algo extraordinario, les comento que los plátanos machos, desaparecieron absolutamente tal como si vinieran de la antigua Unión Soviética, cómo es posible que la yuca, que ya comían mucho los indios cuando llegaron los españoles, se haya convertido en un plato exclusivo del 31 de diciembre, cómo es posible que la comida tradicional cubana, aquella de arroz, frijoles negros o congrí, yuca con mojo, tostones y carne de cerdo asada, se haya convertido en un plato histórico, solo para fines de año y obviamente para vender a turistas extranjeros, lo que resulta una redundancia, porque las categorías turistas y nacionales no se combinan en Cuba, siendo el cerdo además de origen canadiense.
Para sustentar mi planteamiento y demostrarles que estábamos embarcados como economía, entre otras cosas, precisamente le decía que República Dominicana, con menores niveles culturales y educacionales, con síntomas de pobreza más que evidente, con muchos menos ingenieros, técnicos, especialistas, con una desorganización productiva enorme, con mucha menos tierra y sin tantos laboratorios e investigadores, interesados en los pelos de las ranas, era capaz de poner en cada esquina de forma ininterrumpida, llueva, truene o relampaguee carretillas llenas de frutas a precios tales que los dominicanos de a pie puedan pararse y comerse media fruta bomba, una piña, tres plátanos diariamente o varias veces al día, o sencillamente cargar y cargar para la casa.
¿La cara de la persona se transformó? Quizás porque su alta preparación y lógica estaban encaminadas a pensar en los grandes problemas económicos y las especiales estrategias especiales, pero la idea de cómo garantizar plátanos, mangos y mameyes, se le escapaba de la mano. Eso tenemos los cubanos, somos capaces de saber cómo se resuelve el tema de la droga en el planeta, tenemos planes para erradicar el hambre mundial, sabemos cómo distribuir y obviamente acabar con la riqueza de los ricos, estamos al tanto de lo que está pasando en los planetas Marte y Júpiter, que de hecho debían declararse socialista, pero …, qué ha pasado con los plátanos en Cuba y sobre todo cuando los volveremos a comer fácilmente, son temas menores sin importancia.
Salgo a la calle todas las mañanas y a pesar de mis tres años aquí, inevitablemente me sigo quedando admirado por esas carretillas. No se pueden dejar de ver, pues están, casi literalmente, en todas las esquinas. Todos los días llenas de frutas nuevas, todos los días llenas de nuevos colores que tanto gustan a Cosmito. Lo que me hace, siguiendo el consejo de mi amiga Lissette, sentir admiración por este pueblo que, en silencio y no sin problemas, ha sido capaz de sacarle a la tierra estos productos, para que hoy formen parte verdadera de la cultura y tradición de todos los dominicanos.