Escribiré hoy sobre un tema nada nuevo, los tatuajes. Sus orígenes se remontan a no se sabe cuántos años atrás, perdido en la propia evolución del ser humano. Se piensa que su denominación puede venir de la palabra TA, que en la cultura polinesia sale de golpear con dos huesos afilados la piel de una persona y las evidencias más antiguas se encuentran en las momias y en el cuerpo de un cazador de la era neolítica encontrado en un glacial, cuya espalda y rodillas estaban tatuadas.
Sin embargo, a pesar de la antigüedad y de las miles y miles de variantes que presenta el tema, sigue siendo todavía hoy, un asunto de pasiones, adictos, enemigos, defensores, detractores, miedos, moda, etc. y para colmo sigue siendo en el año 2010, un parámetro para medir y enjuiciar a las personas en muchas sociedades.
La historia de los tatuajes en Cuba sin yo tener datos históricos exactos, podría dividirse en tres grandes momentos. Antes de 1959, donde la idea estaba evaluada por los cánones sociales y religiosos de aquellos años y estaban segmentados a marineros, presos y personajes que coincidían en el bajo mundo, chulos, prostitutas, negociantes callejeros, etc. Las “personas de sociedad” no podían marcarse la piel de esa forma, pues corrían el riesgo de ser mal vistas.
Una segunda etapa, que comenzó después 1959, donde junto al pelo largo, determinada forma de vestir, el consumo de determinada música, la homosexualidad, las creencias religiosas, entre otras manifestaciones humanas, fueron identificadas como serios problemas ideológicos y obviamente repudiados, censurados, reprimidos e incluso sancionados, pues un pueblo proletario comunista no podía ceder frente a estas manifestaciones típicas de las sociedades capitalistas.
Hoy se vive una última etapa, por suerte, que debe datar de 15 años más menos, donde la idea ha comenzado a cambiar coincidiendo con el debilitamiento del modo de vida comunista entre las personas. Es bastante común sobre todo entre los jóvenes y ha dejado de ser tan repudiada por la sociedad. Abundan en Cuba hoy mujeres y hombres, jóvenes y no tan jóvenes, que exhiben sus tatuajes sencillamente como verdaderas obras de arte, muchos lo son, sin el temor de ser clasificados como delincuentes.
Yo, que crecí dentro de la solidez de la segunda etapa, recuerdo haber sido sometido a muchas horas de debates y discusiones familiares sobre los tatuajes y sus implicaciones supuestamente negativas en mí juventud. En la familia revolucionaria donde nací, no cabía la posibilidad de engendrar un heredero tatuado.
El tiempo pasó, crecí, me hice papá y entonces la fuerza y empuje de la juventud de mi hija Jennifer, que ya vivía su historia con la pasión que la caracteriza, me dio la posibilidad de lograr lo que había sido para mí también un sueño. Jennifer y yo, después de investigaciones, asistimos el mismo día a tatuarnos, sellando ese pacto familiar como indestructible, tal como hacen en Cuba los paleros, personas practicantes de la religión afrocubana Palo Monte cuando se cortan o rayan la piel con cuchillos, machetes, tarros afilados, etc. en sus ceremonias de iniciación.
A pesar de ser grande ya, recuerdo que cuando mi madre, dirigente del lugar donde yo trabajaba como profesor, se enteró que me había hecho un tatuaje, lo primero que me dijo, sin llegar a ver el tatuaje, fue que no podía seguir impartiendo clases en aquel lugar, lo que sumó otras muchas horas de debates a las miles y miles de horas de debates que acumulaba en mi vida.
Llegué entonces a República Dominicana y a los pocos meses encontré trabajo como profesor en una universidad. Fue fantástico. Esta realidad me ha permitido aprender mucho y rápido. En mis andanzas e incluso en mis clases, compruebo que el tatuaje, también aquí en el 2010 sigue siendo un asunto que divide o clasifica a las personas y esto no deja de llamarme a atención.
La idea de libertad y democracia que se esgrimen para defender, no sin razón, el modo de vida dominicano, la necesaria y pública referencia y contactos físicos que una buena parte de este pueblo tiene con Estados Unidos, el consumo interno de miles y miles de productos y servicios de origen norteamericano, la muestra de un interés por el estudio y la superación de parte de los dominicanos, contrasta brutalmente con las posiciones que asumen muchísimos con relación a un tema tan sencillo e inofensivo como los tatuajes.
Tener un tatuaje sigue siendo para muchos dominicanos un sacrilegio, un acto antirreligioso y antimoral. Muchos siguen clasificando a las personas, no por lo que saben o hacen realmente, sino sencillamente por su apariencia.
Contrasta la idea, pues en la parte de la sociedad dominicana donde me desenvuelvo se exhiben los mejores automóviles que se fabrican en el mundo, se poseen todos los adelantos tecnológicos traducidos en aparatos electrónicos y domésticos, se construyen fabulosas torres para comercios, empresas y viviendas a la usanza de los países altamente desarrollados, en una población mayoritariamente mestiza se valora, lucha y paga mucho dinero para conseguir tener cabellos largos y lacios, como símbolo de belleza-status y últimamente se valora, lucha e invierte mucho dinero en las cirugías estéticas e implantes, lo que debería traer entonces una forma más moderna, desprejuiciada, real de pensar y evaluar, sin embargo se sigue valorando como negativo, los tatuajes.
Si tienes los senos grandes, naturales o implantados y usas un escote bien bajo y abierto eres bella, si tienes un tatuaje, incluso no visible, eres un cuero, perteneces al bajo mundo y ésta simpleza a la hora de clasificar se lleva dentro de la familia, la empresa, el trabajo, etc.
Para mí es absurdo, pues evidencia una limitante y un atraso a la hora de pensar-evaluar y demuestra que el desarrollo económico alcanzado por muchos, no se sustenta en bases culturales reales y no permite el cambio hacia otra forma más moderna de pensamiento, por lo que en gran medida me da a pensar que muchos no han cambiado su forma semifeudal de vida. Siguen primando cánones sociales y religiosos, reales o no en su fuerza dentro de las personas, que mantiene una línea de pensamiento atrasada y que obligan, a veces mucho, a determinadas posiciones formales en las personas.
Entiendo y respeto a aquellos que defienden que no les gusta, como a mí no me gusta el arroz con leche, pero de eso a decir que uno es malo o bueno, mejor o peor, capaz o incapaz, moral o inmoral, por solo tener un dibujo en parte del cuerpo, me parece absurdo para esta época.
Me divierto. En mis clases en la Universidad dejo que mis alumnos a la hora de evaluar a los seres humanos dediquen mucho tiempo a hablar mal de los tatuajes y lo que esto daña al hombre. Luego les demuestro que soy buen trabajador, tengo muchos estudios realizados como profesional, soy buen esposo, papá y amigo. Soy solidario, humano, respetuoso y además tengo un tatuaje. Muchos de ellos no salen de su asombro, pues no pueden entender que la persona que hasta ese momento han admirado, se haya marcado el cuerpo con tintas, lo que les rompe evidentemente sus esquemas y me miran tal como si yo fuera un bicho raro.
Al final me divierto más frente a sus caras de asombro o lástima, pues les comento que ahora estoy esperando por una posibilidad económica, para firmar otro pacto indestructible con mi hijo varón Jonathan, pues ambos hemos decidido hacernos un tatuaje juntos.
En fin, creo que hoy la vida nos obliga a ser más reales.
Al final de aquí a unos años, podrás encontrar que los tatuajes ya serán parte e identificación de otro segmento de la sociedad: los ancianos; que seremos nosotros cuando el tatuaje probablemente ya pase de moda porque -dirán nuestros hijos-, es "cosa de viejos"...
ResponderEliminarComo siempre te encanta desafiar la opinión de los demás ja, ja, ja. Pero me parece un ejemplo sumamente didáctico para tus alumnos, creo que es una excelente manera de hacerlos reflexionar sobre los estigmas y tabúes y que hay detrás de ellos. Pero recuerda que la herencia colonial es cabrona y quierase o no sigue permeando nuestras mentes
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