Escribiré hoy sobre algo bien importante y familiar para los dominicanos de a pie y otros ciudadanos extranjeros también de a pie donde me incluyo, los CONCHOS.
Los conchos, sinónimo en Cuba de “boteros” son esos transportes que llenan las calles de Santo Domingo, Santiago e imagino que de todo el país en dos variantes. Los motoconchos, que como su nombre lo indica son motocicletas dedicadas a taxear, cuya imagen más común es verlas con 3 e incluso 4 personas arriba y los conchos, autos de todas las marcas y años que cubren rutas fijas por las principales avenidas y calles de las ciudades dominicanas.
Los conchistas, que es como creo que se les llama a los conductores, son dominicanos de a pie, aunque estén montados en carros, que pueden trabajar desde el amanecer hasta altas horas de la noche, haciendo un gran esfuerzo por mantener sus vehículos, casi todos originalmente de gasolina hoy convertidos a gas, con sistemas seguros y no tan seguros, cuyas imágenes recuerdan más a los vehículos que aparecen en el film Dead Race, en aquella carrera loca y agresiva que se celebra dentro de una cárcel, que a vehículos utilizados para el transporte humano.
La característica más importante de estos conchos, en sentido general, es su deplorable estado técnico. Si quieres tener y ser identificado como un concho, no cabe duda, tienes que manejar un carro hecho trizas, que se esté cayendo a pedazos.
Es normal verlos pasar sin guardafangos, espejos retrovisores, vidrios traseros y casi sin delanteros, con 2, 3, 4 y más colores en su carrocería, a veces con grandes huecos en los pisos que permiten la inundación interna fácilmente y si abordas uno al azar, es común encontrar que el sistema de gas tiene un pequeño salidero, claro sólo pequeño, no existen los forros de las puertas, muchas de éstas solo abren por fuera, los asientos ya no están forrados y presentan una múltiple gama de forros criollos para de alguna forma llamarlos y para aquellos que sabemos manejar podemos descubrir por las constantes patadas que el chofer da al pedal de freno, que el sistema para detener el auto, tiene también sus pequeños problemas.
Esto problemas técnicos no son ni mucho menos lo más grave, los conchos cargan de forma autorizada 4 personas en la parte trasera y 3 en la parte delantera, chofer incluido, sin contar la presencia de niños que no entran en esta cuenta. La única forma de evadir el acompañante delantero es pagando doble la carrera, los que atrás van, sencillamente no pueden evadir nada.
Soy un hombre alto de más de 200 libras de peso, no religioso y debo reconocer que cuando monto en el asiento delantero, voy todo el viaje pidiendo a las 11 000 vírgenes que no aparezca alguien. Muy pocas veces lo logro, lo que me hace pensar que las vírgenes son sordas. Con frecuencia me toca un acompañante de viaje con más peso que el mío, los dominicanos en línea general no son flacos y que puede además traer un bulto, una sombrilla, libros, herramientas de albañil, etc., lo que me hace recorrer mi trayecto sobre el espacio que existe entre los dos asientos delanteros dedicado por el diseñador del auto a la palanca de emergencia o freno de mano. Resulta increíble la flexibilidad del cuerpo humano. Las piernas y pies quedan a la derecha, el torso va a la izquierda casi incrustado al chofer y la cabeza casi pegada horizontalmente al techo vuelve a buscar el lugar de las piernas. La forma vuelve a ser casi contorsionista si se viaja atrás en el puesto número tres, la persona tiene que acomodar su cuerpo hacia delante, casi en forma de ovillo o fetal para dar espacio a la cuarta persona que pretende entrar. Esto me recuerda a mi suegro, quien tuvo la oportunidad en su infancia, década del 30 del siglo pasado, de ver varias veces al famoso Circo Ringling en Cuba. Describía emocionado a pesar de los años que habían pasado, que uno de los momentos más geniales era que de un auto VW, de esos reconocidos como huevitos, llamados aquí cepillos, salían 19 personas y no eran enanos. Así y todo, qué sabrá mi pobre suegro e incluso el mismísimo Circo Ringling.
Estas descripciones por más sorprendentes que parezcan, no lo son todo. Hay más aún.
Los conchos, no están regidos por ninguna ley del tránsito, o mejor, por ninguna ley, al menos eso es lo que parece. Entonces hacen y deshacen a su antojo lo que quieren o necesitan para adelantar o sencillamente “robarse” a un cliente que les saca la mano. Es normal verlos cruzar transversalmente de extrema derecha a extrema izquierda y viceversa muchas veces en el trayecto, increíblemente sin mirar tan siquiera. Pueden parar exactamente debajo de un semáforo en un cruce de dos avenida de varias sendas para dejar o recoger a alguien, fraccionar dinero con otro concho en el medio del tráfico o sencillamente trasbordar a un cliente en el medio de la calle a otro concho, con autos pasando a más de 100 kms a su alrededor. Son frecuentes las carreras y extremas maniobras entre dos de ellos para recoger a un cliente que espera.
Nadie los para, nadie los controla. Solamente se detienen frente a los minibuses que también recorren las rutas, que son denominados popularmente “las voladoras”. Es obvio, no tengo que explicar por qué.
Creo que en los exámenes para la licencia de conchistas se deben valorar mucho los posibles desequilibrios humanos. Mientras más aparente desequilibrio más posibilidades de clasificar. Así son y así manejan. El resto de los conductores, una buena parte no exenta de desequilibrios, les temen. Chocar con un concho, es perder siempre. Entonces son casi dueños y señores del tránsito.
Los AMET, Autoridad Metropolitana de Transporte, a veces intransigentes con los cinturones de seguridad no puestos y las conversaciones por celulares mientras se maneja, no los miran, ni falta les hace, pues aunque los miren no los pueden controlar. ¿Será por solidaridad?. Al final de la historia los AMET también viajan en concho.
Sin embargo, para demostrarme a mí mismo que no todo es negativo, en el día de hoy he salido a la calle y al montarme en un concho y comenzar a pedir a las mismas vírgenes, he detectado que estaba en un carro diferente, sencillamente nuevo y para colmo descubrí que el chofer manejaba extremadamente calmado, manteniendo la distancia entre carros, no saliéndose de su senda, sin pasar el cuenta milla de 30 MPH. Tan asombrado me quedé que no pude soportar la idea de hacerle varias preguntas, más de las que hago constantemente.
Mi joven chofer de turno se llama Freddy, deseo que pueda leerme, pues como agradecimiento le dije que lo mencionaría. Es una persona calmada y está interesado en cuidar su propiedad y dar un buen y seguro servicio. ¿Será un nuevo tipo de conchista, me pregunté? Moraleja, sólo lleva en esto de conchear 15 días. Todavía es nuevo como dicen aquí, está recién llegado. Pediré por Freddy también, ojalá la necesidad no lo haga cambiar, ojalá que otro concho no lo destruya, ojalá que no primen en él los desequilibrios, ojala que no se vuelva un kamikaze. A lo mejor en esta petición tengo más suerte.
A pesar de todo, siendo sincero, habría que agradecer estos viajes kamikaze. Los conchos son el transporte por excelencia de una gran parte del pueblo dominicano, siempre están, siempre pasan, siempre paran. Dominicanos que, conscientes o no del peligro que corren, pueden desplazarse gracias a su existencia.
Los conchos forman parte de esta vida, a tal punto que muchas personas dicen que no se la imaginan si los conchos no existieran. Su presencia llega a ser tan importante, que a partir de ellos se dividen o clasifican muchas personas. Están los que montan conchos y los que declaran con sólidos argumentos de todos tipos que ni muertos se meten dentro de uno de ellos. La imagen diaria no deja de ser hasta cierto punto graciosa, claro con ganas de buscarle la gracia, pues dentro de un concho se pueden reunir personas de diferentes niveles, profesiones, modo de vida etc., unidos todos por la necesidad de llegar y por el sudor, símbolo que aparece en los libros sobre los proletarios, para demostrar el hermanamiento entre los hombres de trabajo. En el interior pueden coincidir un joven o no tan joven vestido elegantemente de traje y corbata, un obrero de la construcción después de una jornada de trabajo de 10 horas, un ama de casa llena de compras, chicas fresas con modernas formas de escape, Ipot, BB, MP3, MP4, Iphone, todo el tiempo entretenidas en la tecnología, un joven a todas luces dedicado a las cuestiones de la calle como medio de sobrevivencia con pistola incluida, una persona que se monta y reparte propaganda religiosa a cada persona que está dentro, un haitiano que no habla español y por supuesto yo.
Fin del cuento, el viaje sin dejar de ser una acción kamikaze, se puede tornar entretenido y hasta cierto punto una enseñanza diaria, siempre que se tenga tiempo y cabeza para aprender.
- El término kamikaze (en japonés “viento divino”) fue acuñado originalmente por los traductores estadounidenses para referirse a los ataques suicidas efectuados por pilotos de la Armada Imperial Japonesa contra embarcaciones de la flota de los Aliados a finales de la II Guerra Mundial. En Cuba popularmente se le dice kamikaze a la persona que acomete acciones sin pensar, alocadas, con cierto grado de complejidad o peligro de cualquier tipo, igualándolo a la idea de un suicidio.
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