Debo aclarar desde el principio de este artículo que no soy un viejo retrógrado, no estoy al margen, ni en contra de los adelantos tecnológicos, mucho menos soy un desconocedor de ellos. También es justo dejar claro que no soy un seguidor y poseedor del último invento que se pueda sacar al mercado para “mejorar” la vida de los seres humanos, aunque me mantengo informado a partir de mi familia y amigos, quizás más impresionados y necesitados de la modernidad. Soy sencillamente un tipo normal.
Dedicaré aquí hoy un tiempo a los BB, se pronuncia BiBi procedente del inglés y el snob con que viven algunas personas, o sea, los BlackBerrys. Modernos teléfonos inteligentes, a través de los cuales parece que la distancia, la dificultad para hablar y escuchar, enviar y recibir mensajes, fotos, documentos, presentaciones, navegar por internet, realizar compras e incluso saber dónde se está parado exactamente, son cosas del pasado y que al menos en el pedazo de la sociedad dominicana donde me desenvuelvo han creado “furia”.
Me parece entender y de hecho me resulta bien bueno que el BlackBerry fuera diseñado pensando en personas vinculadas a funciones económicas o sociales importantes, cuya primera necesidad es estar disponibles las 24 horas del día, pues tienen que tomar decisiones de las que dependen un gran negocio, una inversión multimillonaria, una acción a hacer para reparar o restaurar determinado servicio de urgencia, una actividad social que beneficiaría a miles de personas y no puede esperar, una emergencia de cualquier tipo, etc. De ahí la cantidad de funciones que poseen los modelos que hoy se encuentran en el mercado: acceso a internet desde cualquier lugar y todo lo que esto garantiza, calendario, libreta de direcciones, lista de tareas, calculadora, entretenimientos, entre otras.
Me parece bien bueno que existan ofertas que puedan mejorar las posibilidades de comunicación, pues de ellas dependemos hoy día cada vez con más urgencia, ya que la vida es cada vez más rápida y complicada. Mucho trabajo o muchos trabajos a la misma vez, familiares de todas las edades en la calle luchando diariamente por sobrevivir, amigos sobre los que tenemos que mantenernos informados y una cantidad enorme de conocidos hoy radicados en muchas y distantes partes del mundo. Entonces para esto bien viene un buen teléfono con muchas posibilidades y funciones y vendría mejor unas buenas tarifas que alegraran el uso y consumo de la tecnología.
Sin embargo, parece que el tema BB ha parado en una necesidad más allá de para lo que fue inventado. Lo primero que observo y obtengo de mis amigos es que los BB se han convertido en un medidor social, al menos en los sectores sociales y laborales donde me desenvuelvo, o sea, las personas que poseen un BB y los otros que no lo tienen.
Mi yerno, trabajador en el mundo tecnológico, las computadoras, los servidores, las redes de comunicación, etc, me ha asegurado en muchas ocasiones, que en las reuniones a las que asiste con otros “trabajadores tecnológicos”, las personas no se pueden dar el lujo de exhibir un llamado “mal teléfono”, pues corren el riesgo de ser mal evaluadas. Casi es obligatorio portar un teléfono moderno, de última versión en el mercado, con muchas funciones, utilícelas o no, tal como si los conocimientos, habilidades y capacidades dependieran del aparato que se posee. Si tienes un BB por ejemplo, eres un tipo inteligente y capaz, si no lo tienes casi nadie te escucha. Pretender exhibir un telefonito sencillo, digamos un Alkatel, es sencillamente suicidarse como persona, independientemente de tus reales rendimientos profesionales. A mí la imagen que me viene a la cabeza es las clásica escena de las viejas películas del oeste americano, cuando los rivales se encontraban en un bar y cada uno sacaba sus pistolas y las ponía sobre la barra, tratando de impresionar de esta forma al oponente de turno. Imagino a todo el mundo desembarcando sus teléfonos sobre una mesa de reuniones y la dedicación como primer punto del encuentro a observar, comentar y evaluar sobre los teléfonos que cada uno posee.
Lo cierto es que la posesión de modernos teléfonos se ha convertido en una de las metas más soñadas de algunos de los habitantes de este país, creo entender que pasa en otros muchos lugares del mundo, lo que ha devenido en casi una enfermedad psicológica. Hay explicaciones científicas que ya hablan de adicción al chat a través de los teléfonos y de seguro aparecerán consultas médicas para solucionar dichas adicciones.
Veamos algunos ejemplos reales de los que puedo dar fe, pues ocurren a mí alrededor y cada uno de ustedes, mis lectores, podrán sacar sus propias conclusiones.
Mi amiga Lissette, apenada hoy, me confiesa que hace unos días, la persona que le arregla el cabello en el salón donde asiste sistemáticamente le dijo: “… Doña, usted antes venía y conversábamos todo el tiempo, ahora solo mira y chatea por su BB”. La simple trabajadora le descubrió que algo había cambiado en ella, que ya no era la misma, pues aparentemente comunicada a través de la tecnología, había variado su capacidad de comunicarse con las personas que la rodeaban en ese momento en el mundo real.
Otras dos amigas, Jacqueline y Marlene, que por coincidencia son Odontólogas, en Cuba lo decíamos más fácil, o sea, dentistas y trabajan en clínicas bien distantes, me han jurado que últimamente han tenido pacientes que en el momento en que están siendo atendidos, han intentado ponerse a chatear e incluso les han propuesto la posibilidad de tomar una foto para publicarla en Facebook. Recreemos este momento para darnos cuenta de hasta donde hay personas que viven de forma extraña, en Cuba lo diríamos de otra forma. Recordemos lo incómodo, por así llamarle, que significa estar sentado en un sillón de un dentista y tener la boca abierta a su máxima posibilidad como no la abrimos comúnmente, entonces una persona te tiene una mano, a veces las dos, metidas en la boca y además en tan poco espacio te tienen metido aparatos, tijeras, algodones, pinzas, barrenas, etc, lo que hace del momento, todo menos agradable. Cómo puede alguien en ese instante sacar un teléfono mientras lo atienden – trastean para chatear, probablemente para contarle a un amigo que le están arreglando una muela, que le duele, que sangra, que la doctora le tiene la mano metida en la boca, etc, o peor, tratar de tomar una foto para inmortalizar el momento y subirla a Facebook, tal como si se tratara de algo bien lindo y agradable. Sencillamente es un acto de locura.
He participado en reuniones donde la persona que funge como interlocutor, no separa la vista de su BB y ha interrumpido la conversación en varias ocasiones para responder el mensaje de última hora, tal como si no pasara nada. Marlene me asegura que le ha pasado esto recientemente en una entrevista en la Cancillería, donde la funcionaria que debía decidir determinado tema de importancia, interrumpió la conversación más de cinco veces para responder al chat.
Mi hijo, que trabaja en la recién inaugurada tienda Zara del Blue Mall, me asegura que no hay una mujer, de cualquier edad, que entre a su tienda que no porte en la mano un BB. Para muchas mujeres, los teléfonos son objetos para llevar en las manos, jamás ir en la cartera, pues no daría tiempo a responder como relámpago el mensaje que entra por el chat. Muchas de ellas escriben mensajes mientras caminan dentro de la tienda, tropezando con perchas, otras personas o cualquier cosa que tengan en el camino y que obviamente no pueden ver. Para colmo de los colmos, muchas veces los mensajes son para otra amiga que también está dentro de la tienda, solo que en otro pasillo a pocos metros de distancia. Locura superior.
Hace unos días, mientras fumaba al final del pasillo de la universidad donde doy clases, me llamó poderosamente la atención que en la planta baja, uno custodio, bien joven por cierto, pasaba su tiempo de trabajo entretenidamente y sin presión, chateando con alguien desde su BB. Lo primero que me pasó por la cabeza fue la pregunta de cómo podía pagarse un BB y su conexión, pues su salario debe ser muy bajo, teniendo como referencia lo poco que ese centro docente paga a los profesores que allí imparten clases y no debe él proceder de una familia “de bien”, pues los hijos de esas familias no trabajan como custodios.
Puedo asegurar que al salir de mis clases a las 10:00 pm en una botella, los dominicanos la llaman bola, desde la universidad a mi casa con uno de mis alumnos, este se ha pasado el tiempo chateando sin mirar casi a la calle y sin controlar absolutamente el movimiento del auto, o sea, las dos manos van al teléfono, tal como si fuera esté el timón o guía del carro y solo de vez en cuando, tocan el verdadero timón o guía. Esto no es nuevo ni extraño, baste pararse en una calle de Santo Domingo para observar que muchas, pero muchas personas, escriben, leen, vuelven a escribir, mientras manejan. Alternando las manos entre el timón y el teléfono.
Una noche esperando en la acera a mi hijo que venía con un grupo de amigas a una fiesta que teníamos, una de las amigas se bajó del auto que los trajo tan entretenida con su chat, que al pasarme por el lado olvidó el acto más elemental y sencillo para la ocasión: …hola qué tal, buenas noches. Lo que me hizo pensar que en realidad era una incomunicada y quizás algo más. Cuenta mi hijo que la hermana de esa amiga, cuando quiere decirle algo estando dentro de la misma casa, le escribe a través del BB, es la única forma de que le llegue el mensaje, lo vea y haga lo que se necesita de ella.
Yobanka, una de mis alumnas en la universidad, me aseguró que estando comiendo en un restaurante, se dedicó a observar a la mesa de al lado. Una pareja de jóvenes estuvo todo el tiempo escribiendo y mirando a sus BB y entre mensaje y mensaje comían. Terminaron, pagaron la cuenta y se fueron. En más de una hora de estancia en el lugar, no se dirigieron apenas la palabra entre ellos.
El más extraordinarios de los cuentos suele ser el de la existencia de grupo de jóvenes de ambos sexos reunidos alrededor de una mesa o en algún banco, incluso parejas de aparente enamorados, que se entretienen pasándose mensajes unos a otros estando frente a frente, sin articular palabra alguna. ¿Se estarán volviendo locos?
Que buena es la tecnología y qué bueno sería que todos tuviéramos acceso a ella. Pero si la posesión de determinado aparato nos separa, diferencia e incomunica, pues vaya a la #µ¥ǽʨϠ. En mi época de más joven, las personas salíamos a la calle a hablarnos y sobre todo a tratar de tocarnos, cosa que es mucho más reconfortante y agradable que pasar los dedos por encima de un teclado. Los amigos y los amigos de los amigos, nos conocíamos, hablábamos, discutíamos, a veces incluso nos gritábamos, pero de cualquier forma estábamos realmente más comunicados y sobre todo dependíamos menos de los aparatos para ser felices. Al final me encanta mi hija Jennifer, tiene un IPhone con una inmensidad de aplicaciones, según Appel.com pueden existir más de 200 000 aplicaciones oficiales para este tipo de teléfono, (ver - http://www.apple.com/iphone/apps-for-iphone/), que pasa la mayor parte del tiempo descargado, tirado por algún lugar de su cartera o la casa, demostrando que el aparato no es tan importante como para quitarle su profundo sueño. A pesar del aparato, Jennifer continúa hablando frente a frente.