En estos días escucho por la radio en el programa Gobierno de la Mañana, un mensaje de la Dirección de Migración sobre los niños que se encuentran en las calles dominicanas, sobre todo en los semáforos, y un llamado a no entregarles dinero. Dice el anuncio que de esa forma no se resuelve el problema, todo lo contrario, se estimula algo que en realidad está mal. La intención me parece necesaria y muy buena. Ojalá tenga además detrás una acción de las autoridades que logre borrar esa imagen dura e incluso desagradable y que no se quede solamente en la buena intención.
No creo que el fenómeno sea nuevo ni exclusivo de República Dominicana, pero lo cierto es que después del terremoto en Haití las principales intercepciones de la ciudad de Santo Domingo se han llenado de niños, incluso muy pequeñitos, mujeres con bebitos en brazos, otras embarazadas, que piden dinero a las personas que van en autos mientras se detienen en los semáforos, a veces, o casi siempre, jugándose la vida dentro de la locura con que vive el tránsito en la ciudad, no importa si llueve a cántaros o hay sol, no importa si es de día o de noche. También hay niños dominicanos, pero es justo decir que en menor escala y en líneas generales, no piden dinero, tratan de venderte algo o limpiarte, a veces ensuciarte, los vidrios del auto, cosa que para nada es justificable tampoco.
Los que nacimos en Cuba después de 1959 no estamos acostumbrados a esa realidad, no la vimos en nuestro crecimiento, al menos yo no la vi y entonces nos choca mucho, independientemente de que conocíamos que existía fuera de la Isla. No es que Cuba fuera un sitio ideal, ni que no existieran problemas de todos tipos, pero lo cierto es que la niñez estuvo durante muchos años priorizada, todavía hoy se trata de priorizar y el Sistema de Seguridad Social establecido, trataba de controlar y buscar una solución para las personas llamadas “de la calle”, lo que hacía que fueran bien pocas. Una de las cosas que más el gobierno cubano pregonaba para demostrar lo bien que se vivía bajo el régimen comunista era la propaganda sobre los llamados niños de la calle en todos o casi todos los países de América Latina y siempre existían los cuentos de los que viajaban, familiares y amigos, por funciones de gobierno, que ratificaban esta realidad.
La infancia cubana, en líneas generales, vivió al margen de estos problemas comunes de los países pobres. Es cierto que por momentos, o muchos momentos, no había el juguete más moderno y lindo, que todos nos vestíamos parecido, pues la oferta de ropa en las tiendas era limitada, que los lugares para pasear eran bien pocos, que ir a la playa significaba solo arena, sol, agua salada y alguna comida traída de la casa, que las golosinas no abundaban, etc., pero no recuerdo la imagen de niños que pedían limosna en las calles, no tuve nunca un amiguito que viviera esa realidad.
Luego, con la aparición del triste célebre “período especial” y la gran crisis económica comenzaron a aparecer algunas de estas manifestaciones y otras más complicadas. Sobre todo en los lugares vinculados al turismo, se veían personas tratando de buscarse algunos dólares, vendiendo cosas como suvenir, cuidando los autos que se parqueaban y algunos niños que, enviados o no por sus padres, pedían no creo que para comer o comprar medicinas, sino para comprarse un refresco, unas galleticas o caramelos en las tiendas habilitadas por el gobierno para el consumo en divisas. La infancia, las golosinas y los juguetes, no entienden de ideologías.
Durante algunos años trabajé como historiador en el Museo de la Ciudad del Casco Histórico y puedo asegurar que en mis recorridos por las calles de la Habana Vieja con grupos de turistas, en ocasiones algún que otro niño se acercó a mí para pedirme dinero. También recuerdo las imágenes de algunos turistas, no muy bien intencionados, que llamaban a los niños y tiraban las monedas al aire para provocar que se revolcaran en el piso, como en las tradicionales piñatas en los cumpleaños infantiles. Recuerdo que la idea de los niños pidiendo en esas calles visitadas por turistas extranjeros llegó a convertirse en un problema para el gobierno y sobre todo en una tarea “priorizada” a resolver por las autoridades competentes de la zona. Sobre esto tengo una anécdota, hasta cierto punto vulgar y brutal, pero que puede demostrar la preocupación por un tema tan sensible como este, pues desmentía aquello de la niñez feliz en la Cuba Socialista de Fidel.
Estando yo un día en el Museo, fui encargado por el mismísimo Eusebio Leal, para enseñarle la Habana Vieja a un grupo de turistas puertorriqueños interesados en nuestra historia. Los recibió Leal como de costumbre hacía con algunos visitantes, me los pasó y salí a caminar. Mi primera impresión fue que era un grupo un poco extraño. Mujeres muy gordas o muy flacas con el pelo desteñido y mal peinado, hombres vulgarmente adornados con camisas abiertas, chancletas, cadenas y manillas de oro extremadamente visibles, etc. No era la imagen de turistas interesados en la cultura y la historia, pero …
Comencé mi recorrido, luego de escuchar de la boca de algunos de ellos que eran desempleados y que viajaban como turistas con la ayuda económica que su gobierno les daba, cosa que me maravilló. Hablaban extraño, como forzando el español. Durante todo el viaje, yo interesado por la historia y ellos interesados en los niños que pedían dinero, los llamaban, les daban caramelos, los hacían bailar, etc. Me comenzó a llamar la atención, un “turista” gordo que sudaba a chorros y que no sacaba la mano de un enorme maletín que llevaba consigo. La imagen del pobre gordo y el trabajo que pasaba tratando de resolver algo dentro del maletín, ahora me hace reír. Fin del cuento, terminé mí recorrido medio disgustado, la idea del entretenimiento con los niños me parecía una falta de respeto a mi interés por dar a conocer nuestra cultura. Concluí que casi ningún “turista” del grupo me escuchó, los despedí en la puerta del museo y me pregunté por qué me pasaba a mí esto.
Días después fui mandado a buscar a la Dirección y pensé, ya viene el regaño. Pero no, no era para regañarme, mi Director me orientó que tenía que repetir la visita con el mismo grupo. ¿Quéeeeeeeeeeeee?, pregunté asombrado. No le quedó más remedio que confesarme lo que hasta ese momento había sido casi un secreto de estado. El grupo no era de turistas, mucho menos puertorriqueños, ni les interesaba para nada la historia. Eran especialistas de una de las direcciones del Ministerio del Interior de Cuba que hacían una investigación sobre los niños y adultos que pedían dinero a los extranjeros, para poder presentar un informe y tomar determinadas acciones. El gordo, pobre el gordo, tenía una cámara dentro del maletín para fotografiar, que al final se descompuso y no pudieron recoger imágenes para adornar - acompañar el informe. Como es de suponer, en ese momento con conocimientos de causa, me negué a volver a dicho “vía crucis” pues me sentí engañado vulgarmente. Otra “compañera” fue designada para la “alta misión”, no recuerdo exactamente si cambiaron al gordo o trajeron mejor técnica. En aquel momento la idea me pareció brutal, no había que montar tal espectáculo para demostrar lo que se quería, pero de una forma u otra, vista desde lejos, tenía la intención, quizás mal estructurada pero buena intención, de conocer sobre un asunto que se estaba imponiendo en las zonas vinculadas al turismo y tomar alguna medida para que esto no ocurriera.
La situación de los niños en la calle, es bien fuerte para todas las partes. Primero y sobre todo para los niños que se convierten en adultos maltratados por la vida desde muy temprano y literalmente se la juegan en las calles. Segundo, para los ciudadanos comunes que frente a la realidad de tener a un niño, a veces muy pequeño, tocándote el vidrio de la puerta para pedir dinero, con su carita media triste, media sucia y la sonrisa que muestra como agradecimiento por recibir 5 ó 10 pesos, los pone en la disyuntiva de dar o no dar. Tercero, para cualquier gobierno democrático, defensor de los derechos civiles, moderno, pues la imagen de personas vendiendo cualquier cosa o a veces con limitaciones y deformaciones grandes, físicas y mentales, pidiendo dinero y sobre todo la presencia de niños dominicanos o haitianos, pero niños, tirados en las calles todo el día, echa por tierra hasta el más elegante de los discursos
He conversado mucho sobre este tema con los que me rodean. Se habla, sin pruebas sólidas, de que esos niños no son independientes, sino que detrás de ellos existen bandas organizadas de adultos que los manejan depositándolos en las calles de la ciudad y por supuesto quitándoles el resultado de su “trabajo”, se dice incluso que muchas veces los bebitos que se exhiben en los brazos, no son de las supuestas madres, sino que, como objetos o herramientas de trabajo, se les entregan a algunas mujeres para hacer más patética la imagen de la necesidad. Cuánto crimen. Hay personas que se quejan, con razón, porque si movido por la lástima o compasión entregas 5 pesos en cada semáforo a un niño, terminas gastándote el salario del mes en esa acción noble y entonces no podrás cumplir con tus compromisos, quizás esto sea exagerado pero refleja la cantidad de personas que piden y la frecuencia con que lo hacen. Si pasas cinco veces por la misma esquina, cinco veces tendrás a un grupo de personas que te piden, te quieren vender algo o te entregan cualquier cosa a cambio de una ayuda.
Luego el tema que para mí como cubano fuera bien fácil de solucionar, tiene muchas aristas hasta cierto punto bien complicadas. Me comentan muchas personas que el hecho de recoger y deportar a esos niños haitianos, pudiera desatar una enorme ola de críticas de países vecinos y organizaciones civiles mundiales a República Dominicana y que podría echar más leña al fuego histórico y eterno que existe entre las dos naciones que ocupan esta Isla. Pudiera ser que al intentar acabar con esas supuestas bandas de adultos que negocian con niños, se afecten algunos intereses mayores, que no interesa afectar por el momento. La idea de recoger, organizar, trasladar, darles protección a esos niños, pudiera convertirse en una vía para que otros niños buscaran dicha protección y entonces el problema se hiciera crónico e inacabable, teniendo las organizaciones dominicanas que trabajar indefinidamente con este tema. La realidad es que no se trata de un niño, ni de diez, sencillamente se trata de cientos, si cientos de ellos que amanecen todos los días tirados en las calles de todo el país.
Es triste que frente a una realidad tan urgente, existan tantas variantes que impidan resolver el tema de una vez y por todas. Es triste que las personas de bien y sensibles, no puedan hacer ya más nada. Es triste que la idea que se imponga sea no entregar dinero a los niños, no porque es incorrecto, insano, deformante o porque no soluciona el asunto, sino porque detrás de esos niños existen “bandidos” que trafican con su necesidad, ignorancia e inocencia y que de momento no se pueda hacer nada con esos bandidos.
Hay llamados de iglesias y organizaciones a no entregarles dinero a esos niños, pero frente a la dura realidad que padecen, cambiar el dinero por alguna golosina, algo de comida, algún líquido, para al menos ayudar ese día, en ese momento, al que sufre.
Ojalá el mensaje de la Dirección de Migración no se quede en solo mensaje. Ojalá las organizaciones e instituciones dominicanas descubran una manera de resolver el tema de forma estable, sin que esto provoque más desencuentros entre los dos países vecinos. Ojalá sobre todo desaparezcan esos niños de la calle, no como resultado de esconderlos, detenerlos, etc., sino porque se les ha garantizado un futuro estable, sólido y duradero. Sé que es difícil, no creo que se resuelva como por arte de magia, conozco que existen personas e instituciones en el país que trabajan para mejorar y resolver este gran problema. Yo entonces recomendaría aunar esfuerzos para hacer algo más y hacerlo cuanto antes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario