Ayer, mi mujer y yo hacíamos una visita el supermercado Bravo que está en la Avenida Sarasota. La visita, como parte de nuestra vida semanal tenía un solo objetivo, comprar el tinte de pelo para mantener las canas ocultas que pueden delatar la edad de mi acompañante. Ese objetivo repetido una y mil veces varios días antes, deja de ser cierto tan pronto pisamos la instalación y es inevitable caminar y caminar los pasillos para “ver qué hay de nuevo” JAJAJAJA.
Nos encontrábamos entonces parados frente al lineal donde se encuentran las galletas haciendo toda una tesis que versaba sobre la calidad entre las galletas de soda Hatuey y Aviva. La experiencia que tenemos es que las segundas están ahora mismo mucho mejor. Cuando llegué a República Dominicana me afilié a las galletas Hatuey porque eran las que consumían mi hija y yerno. Con el paso del tiempo, a mi parecer, esas galletas han ido perdiendo calidad y la empresa que las produce ha ido perdiendo responsabilidad sobre la presencia de su producto en un supermercado. La última vez que las compramos estaban todas viejas, como diríamos en Cuba, “socatas”.
En fin, estábamos entretenidos, ya con el tinte en la mano, en estos análisis basados además en algunos previos conocimientos de marketing, cuando de pronto una señora bajita, dominicana, que pasaba por nuestro lado empujando un carrito con algunos productos, al escuchar nuestra conversación, giró un U y sin ningún tipo de protocolo nos comenzó a dar su opinión sobre el tema galletas de soda, no como una experta en el tema, sino sencillamente como una mamá que explica a sus hijos. Nos explicó que a su esposo le habían gustado siempre las galletas Hatuey, que durante muchos años esas habían sido las que había consumido, pero que luego de probar las Aviva, las saladitas, se ha convertido en fanático de ellas. Hoy no quiere otra galleta.
El encuentro duró cinco minutos agradables, la señora evidentemente sentía placer con ayudar. Al despedirnos, ya con las galletas Aviva en nuestras manos, la señora con una curiosidad hasta cierto punto medio picaresca nos preguntó: ¿Son ustedes extranjeros? A lo que respondimos Si, somos cubanos, pero vivimos aquí desde hace ya algún tiempo. Ella entonces, sonrió, con una de esas sonrisas dulces y cariñosas que trasmite una buena madre o abuela a su descendencia y nos dijo, “YA ESTAN AQUÍ, YA USTEDES SON NUESTROS”
Gracias, gracias, despedidas y cada cual siguió su camino. Nosotros a pagar, ya llevábamos el tinte y otras cosas más, de las no planificadas que complicaban nuestro presupuesto. Ella, imaginamos continuó en la búsqueda de sus productos, entre los que de seguro se encontraban los que prefería su esposo y en busca de otras personas a las que ayudar o con las que compartir experiencias.
Las últimas palabras pronunciadas por la señora, de la que no hizo falta conocer su nombre, nos hicieron reflexionar durante todo el camino de regreso y agradecer enormemente esta realidad. Es un hecho común al que ya estamos acostumbrados. En cada esquina de éste país, cada persona que se tropieza con nosotros, al detectar – enterarse de nuestra procedencia, empiezan a darnos cariño, no ocultan la amistad, la consideración, hasta cierto punto la admiración y respeto que sienten por nosotros los cubanos. Igual debe haber personas que no nos soporten, por …, pero debo reconocer que en mis casi tres años de vida aquí, no me las he tropezado. No deben existir muchas porque tampoco mis amigos cubanos han tenido esa experiencia negativa, que hasta cierto punto hubiera resultado desagradable.
Como he escrito anteriormente en algunos de mis artículos, encuentros como este, casuales, no planificados, con personas comunes, sin interés alguno, en un concho, en un colmado, en cualquier calle o esquina, a pesar de todos los problemas, algunos de ellos muy graves, con los que tenemos que convivir todos los días, robo, violencia, muertos, asaltos, droga, corrupción, etc., hacen de esta nación, una lugar agradable y bueno para vivir.
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