Cuando uno proviene de un país como Cuba, donde con el paso de los años dentro del proceso socialista se asistió al deterioro de muchos aspectos de la vida económica, política, social, espiritual, etc., del país competo y como consecuencia al de la mayoría de sus gentes, podría pensarse que al llegar a un país de los identificados como de economía de mercado, todo debería funcionar a la exactitud.
Se supone que la idea de empresas privadas de todos los órdenes, desde hospitales y clínicas, escuelas de todos los niveles, hasta simples bodegas y negocios de barrios, deberían están influidos en su actuación por las famosas ideas de calidad, flexibilidad, respuesta rápida y segura a la necesidad o demanda de los cliente, garantía de productos y servicios ofertados, etc., etc., etc.
Resulta difícil y hasta cierto punto duro comprobar que a pesar de que si es cierto lo de privado, o sea, dueños y empleados como fórmula más importante de vida, una gran parte de las compañías existentes en el entorno económico dominicano siguen viviendo sobre el presupuesto primitivo de “el burro se amarra donde lo diga el dueño aunque se ajorque” al decir en buen idioma dominicano. *
Según cuentan nuestros padres y abuelos, existía en Cuba una cultura de servicio y producción independientemente del tipo o tamaño del negocio. Lugares como La Habana, Varadero, Cienfuegos, Santiago de Cuba, fueron joyas para paseos y diversión. Además de ser nuestra isla un lugar próspero para negocios grandes y pequeños y para recibir emigrantes de muchos puntos del globo terráqueo, sobre todo su capital, La Habana, aunque a muchos nos pueda parecer mentira o desconozcamos el dato, fue considerada una de las ciudades más importantes del mundo a finales de los años 40 y toda la década del 50 del siglo XX. Muchas personas aquí me han asegurado que durante esos años, el mayor sueño de muchos dominicanos y dominicanas, no era ir a los Estados Unidos, sino a Cuba. Entonces lo anterior tiene que ser verdad.
Después que uno pasa el primer golpe de efecto al llegar, comienza con la vida diaria a observar el funcionamiento detenidamente. Mucho se podría hablar bien del mismo, pues no estamos en el quinto infierno. Sin embargo en mi anda, no dejan de llamarme la atención actuaciones incongruentes con el supuesto desarrollo que se exhibe.
Santo Domingo, que es en realidad mi República Dominicana, es muestra de lo que se llamaría un acelerado desarrollo económico en poco tiempo. La ciudad es propietaria de enormes torres comerciales y de vivienda que han ido ocupando el espacio de lo que antes eran casas de familia, las empresas comerciales de todos tipos inundan las calles, unas más estables que otras en su oferta, tratan de llenar los posibles espacios del consumo humano.
Dentro del gran sector de la tecnología existen varias compañías grandes, fuertes, aparentemente modernas que compiten por el espacio mercado. Entre ellas están Aster y Tricom, las dos protagónicas de mi reflexión, ambas dedicadas a la venta de los servicios de cable e internet y telefonía, todos ellos de amplio consumo en la actualidad.
Parece que Aster ha comenzado una cruzada contra los ilegales, o sea, aquellos que están conectados sin pagar, cosa que pulula en República Dominicana y se ha dado a la tarea de revisar sus redes. Entonces para el cumplimiento de este noble y justificado fin, hace unas semanas dos carritos de Aster y varios empleados trabajaron en toda mi cuadra. ¿Qué pensaba yo? Pues que se encaramarían en los postes, verificarían con cuidado y detectarían las ilegalidades.
Pero para mi asombro el método escogido fue otro. Los “supuestos” técnicos, desde la calle, comenzaron a halar los cables, tal como si estuvieran tumbando aguacates, en realidad cuando se tumban aguacates se hace con más cuidado. Halaron y halaron y convirtieron la calle en un reguero enorme de cables que llegó a impedir el paso de personas y autos.
La profesional acción que duró mucho tiempo, fue efectiva, lograron tumbar no sólo los cables de Aster, sino también lo de los servicios de Tricom, del cual soy consumidor y para colmo, se apropiaron ilegalmente digo yo, del cable de Tricom para reponer sus servicios, dejando sin servicio entonces a los consumidores que pagamos a tiempo para disfrutar de una programación de TV mejor que la doméstica y tener un poco de internet, digo un poco porque tampoco éstos servicios aunque bien cobrados, son tan eficientes como deberían ser.
Fin del cuento, la mitad de la cuadra afuera en muestra de desaprobación. Aquellos que nos arriesgamos a hablarles a los “supuestos” técnicos de Aster, recibimos la cara clásica dominicana de: No se preocupe Don, lo entendimos, no tiene problema, pero no vamos a hacer nada por usted, así que …
Llamamos a Tricom para que resolviera el tema y casi de favor a unos técnicos que se encontraban haciendo otra cosa en la zona le pedimos que nos ayudaran. Cosa que hicieron después de dos días, pues tenían que reponer el cable del cual se les había despojado. Esto me recordó aquellas películas de la fiebre del oro en el oeste norteamericano, o sea, el que primero llegue se queda con todo.
Lo increíble, increíble, fue que pasado 20 días, cuando ya disfrutábamos de nuestro servicio habitual de comunicación y TV y no nos acordábamos del desagradable incidente, otro “supuesto” técnico, ahora de Tricom, se presentó en nuestra casa para resolver la reclamación que habíamos hecho sobre este tema, con la enorme satisfacción y sonrisa en la cara por estar cumpliendo su responsabilidad y para nada conocía lo que había sucedido y lo que por fortuna se había resuelto hacía ya muchos días.
Aster debería patentar el método y seguir contratando a “tumbadores de aguacates” y así se evitarían tantos estudios, cursos, reuniones, planeaciones estratégicas, etc. Tricom debería eliminar sus teléfonos para el servicio de reclamaciones y nunca asegurar tiempo de respuesta a ellas. En realidad de la forma en que estamos viviendo, resulta muy fácil con sólo decir: ¡Sálvese el que pueda!
* En realidad la palabra debe ser ahorque, pero la he escrito como es mencionada por la mayoría de los pobladores de esta isla. Muchos dominicanos, no puedo decir categóricamente por qué, leen y menciona las palabras escritas con H como si fuera una J. Una de las causas probables, además de la tradición transmitida de padres a hijos y los fallos en la enseñanza del idioma en las escuelas, quizás pueda ser la influencia del casi millón y medio de dominicanos que viven en USA.
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