Hace dos días estaba sentado frente al televisor mirando, nada y de repente
escuché una frase, me llamó la atención, me levanté y la escribí en un pedazo
de papel para que no se me olvidara. Podría averiguar quién, cuándo y por qué la
dijo, hoy resulta relativamente fácil, pero no es tan importante el origen sino
su contenido, por lo que prefiero reflexionar sobre ella.
“La vida no se trata de llegar a un
destino, sino de disfrutar el viaje”
La idea, de seguro hija de algún sabio de una cultura antigua como la china
o la griega, es una de esas verdades que a pesar de su claridad a muchos nos
cuesta trabajo reconocer. La vida es eso, un viaje. Camino del cual sabemos muy
poco.
Nuestro viaje comienza con la famosa concepción, donde de forma planificada
o por accidente, el óvulo queda fecundado por el espermatozoide. Héroe dentro
de millones que después de vencer miles de obstáculos logra sobrevivir y
cumplir con su objetivo. De ahí en adelante comienza ese viaje sin rumbo
definido, sin tiempo exacto para llegar al final, sin un destino previamente
seleccionado. Unos mueren al nacer, incluso antes, otros permanecen sobre La
Tierra más de 100 años. No existe esquema.
Tal como dice el programa de TV “1000 Maneras de Morir”, nacemos y tenemos
que enfrentar diariamente miles de posibilidades de morir. Mal funcionamiento
de nuestro cuerpo, enfermedades, bacterias y parásitos asesinos, accidentes,
envejecimiento, guerras, catástrofes y
uno que otro semejante que trata de agredirnos, a veces para quitarnos lo poco
que poseemos, a veces por el sólo hecho de agredirnos, por lo que mantenernos
vivos y llegar al final de cada día, es todo un mérito. Quizás el mayor de los mérito
que podamos alcanzar. Al igual que hacen las escuelas para reconocer los
estudios que terminamos, sería bueno que al terminar de vivir cada año, se nos
entregara un título o diploma como reconocimiento al haber logrado ese objetivo
que está presente independientemente de todo lo otro que podamos o tengamos que
hacer.
Entonces, luego de vivir 9 meses en un medio líquido como dentro de una pecera,
salimos y pasamos los primeros años de nuestra vida, dentro de nuestra familia
de origen, nuestro primer grupo. Otra pecera, ahora sin agua. Ahí aprendemos,
ahí nos domesticamos. Consumimos lo bueno, lo aceptable, lo permitido y también
somos víctimas de lo malo, los vicios y las deformaciones. Consumo de lo bueno
y lo malo que luego arrastramos toda la
vida sin pensar mucho, como una marca que no se ve pero existe. Experiencia que
muchas veces termina por conformar nuestra mejor y más sólida tesis: “yo soy así, así me enseñaron,
no tengo por qué cambiar”
Un buen día nos enteramos que somos grandes y tenemos que continuar solos,
comenzando la segunda etapa de nuestro viaje, quizás la más difícil. Traemos inevitablemente
lo que aprendimos y fuimos cuando niños y al enfrentarnos al grupo más grande
llamado sociedad, agregamos otras enfermedades que hacen del viaje un infierno.
Sólo los mejores se salvarán. Tal como los espermatozoides, sólo los que tomen
conciencia de la importancia de la vida y busquen solucionar las deformaciones,
saldrán ilesos.
Nuestro paso por la sociedad de hoy nos introduce en temas bien complejos.
¿Lo importante es lo que soy verdaderamente o lo que tengo?, ¿El éxito
significa acumular y acumular y tratar de parecerme a alguien que tiene muchas
más cosas que yo? Si, lamentablemente a veces es así. Los que tratan de romper
con esto aparecerán como anormales o locos.
La sociedad actual, o sea, la mayor parte de las personas que dentro de
ella existen, valoran el éxito por las cosas materiales que se logran acumular.
No importa si sirven para algo, no importa si son funcionales, lo importante es
tener, sobre todo poder mostrar que tenemos. Eso es haber alcanzado el éxito.
Nos convertimos entonces en vitrinas, que terminamos consumiendo lo que otros
consumen, nos convertimos en imitadores con tal de ser aceptados por el medio
donde nos desenvolvemos. Llegamos no sólo a comprar y consumir igual, sino a
caminar, posar e incluso hablar igual que otras personas. Es una pena, habernos
esforzado tanto para sobrevivir y terminar imitando a las hermanas Kardashian, Paris
Hilton o Shakira; o terminar comprando una camisa o un pantalón por una
etiqueta; o aspirar a un automóvil o un celular por lo que otras personas
puedan pensar del éxito. Peor, ir a un gimnasio con la única explicación de
parecer inteligente.
La vida moderna, asesina de la individualidad y la creatividad, termina
creando en los descerebrados imágenes a imitar y por supuesto introduciendo enfermedades
mayores, tales como la ansiedad, la irritabilidad, la insatisfacción insana o
enfermiza, en resumen el estrés. No estamos contentos con lo logrado. Nada nos
llena. Siempre queremos más.
Y entonces convertimos nuestro camino en algo tormentoso e infernal, dedicándonos
a llenar nuestro deseo de tener y acumular, lo que nos impide disfrutar el viaje.
Es raro y tonto, pero penosamente es así, al menos para una gran mayoría.
Vivo en República Dominicana desde hace 4 años. Trato de reflexionar todos
los días sobre lo que me rodea y descubro que, muchos ricos están jodidos como
personas, y precisamente la causa de sus males personales y familiares está
precisamente en lo que el dinero los ha deformado y entonces los pobres están también
jodidos, pero a mi criterio están peor, no por no tener dinero, sino sencillamente
por querer a brazo partido imitar a los ricos. Gran problema, la gente ha
perdido la capacidad de pensar y valorar y se dedica sólo a imitar.
Por pensar en alguien ahora, pienso en Michael Jackson. ¿Quién podría haber
pensado que a esta hora, joven aún, estaría muerto y que lo que más dejó fue
deudas?, ¿Michael Jackson con deudas? Creo que nadie. Pero en realidad, ni la
famosa casa donde vivía, con parque infantil incorporado sueño de todo niño, era
de él. Horrible forma de terminar su viaje.
Deberíamos urgentemente pagarle a alguien para que nos enseñe a ser
felices. Antes de que sea tarde deberíamos aprender el valor del éxito y su
significado. Esa es la disyuntiva que tenemos para enfrentar y poder disfrutar nuestro
viaje. Entonces: ¿es mejor el que escribe un poema o el que tiene una jeepeta?,
¿es mejor el que salva una vida o el que tiene una majestuosa casa?, ¿qué es mejor
ser un buen profesional o un maniquí que exhibe ropa, carros, casas?, ¿qué es
mejor tener un hermano y compartir con él el único pan que se tiene o tener un
hermano rico con el que no se pueda contar para nada?
De la definición que demos a estas preguntas y a otras más, dependerá la
calidad de nuestro viaje. En sentido general podemos escoger entre la
insatiscacción insana de no conformarnos con nada y querer más y más, lo que terminará
por distorsionar el objetivo y convertir la vida en una guerra o tratar de
disfrutar el viaje, descubriendo los detalles mínimos que existen durante el
trayecto.
¿El viaje hasta cuándo durará? No lo sabemos.
Yo particularmente ya a mis
casi 50 años soy un sobreviviente, entonces valoro cada día cuando abro los
ojos y veo el Sol. Siempre he tenido una convicción, trato de disfrutar el
viaje sin pensar mucho en el destino y sobre todo trato de no convertirme en un
maniquí.
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