viernes, 29 de junio de 2012

LA VIDA ES UN GRAN VIAJE.


Hace dos días estaba sentado frente al televisor mirando, nada y de repente escuché una frase, me llamó la atención, me levanté y la escribí en un pedazo de papel para que no se me olvidara. Podría averiguar quién, cuándo y por qué la dijo, hoy resulta relativamente fácil, pero no es tan importante el origen sino su contenido, por lo que prefiero reflexionar sobre ella.
“La vida no se trata de llegar a un destino, sino de disfrutar el viaje”
La idea, de seguro hija de algún sabio de una cultura antigua como la china o la griega, es una de esas verdades que a pesar de su claridad a muchos nos cuesta trabajo reconocer. La vida es eso, un viaje. Camino del cual sabemos muy poco.
Nuestro viaje comienza con la famosa concepción, donde de forma planificada o por accidente, el óvulo queda fecundado por el espermatozoide. Héroe dentro de millones que después de vencer miles de obstáculos logra sobrevivir y cumplir con su objetivo. De ahí en adelante comienza ese viaje sin rumbo definido, sin tiempo exacto para llegar al final, sin un destino previamente seleccionado. Unos mueren al nacer, incluso antes, otros permanecen sobre La Tierra más de 100 años. No existe esquema.
Tal como dice el programa de TV “1000 Maneras de Morir”, nacemos y tenemos que enfrentar diariamente miles de posibilidades de morir. Mal funcionamiento de nuestro cuerpo, enfermedades, bacterias y parásitos asesinos, accidentes, envejecimiento, guerras, catástrofes  y uno que otro semejante que trata de agredirnos, a veces para quitarnos lo poco que poseemos, a veces por el sólo hecho de agredirnos, por lo que mantenernos vivos y llegar al final de cada día, es todo un mérito. Quizás el mayor de los mérito que podamos alcanzar. Al igual que hacen las escuelas para reconocer los estudios que terminamos, sería bueno que al terminar de vivir cada año, se nos entregara un título o diploma como reconocimiento al haber logrado ese objetivo que está presente independientemente de todo lo otro que podamos o tengamos que hacer.
Entonces, luego de vivir 9 meses en un medio líquido como dentro de una pecera, salimos y pasamos los primeros años de nuestra vida, dentro de nuestra familia de origen, nuestro primer grupo. Otra pecera, ahora sin agua. Ahí aprendemos, ahí nos domesticamos. Consumimos lo bueno, lo aceptable, lo permitido y también somos víctimas de lo malo, los vicios y las deformaciones. Consumo de lo bueno y lo malo que  luego arrastramos toda la vida sin pensar mucho, como una marca que no se ve pero existe. Experiencia que muchas veces termina por conformar nuestra mejor  y más sólida tesis: “yo soy así, así me enseñaron, no tengo por qué cambiar”
Un buen día nos enteramos que somos grandes y tenemos que continuar solos, comenzando la segunda etapa de nuestro viaje, quizás la más difícil. Traemos inevitablemente lo que aprendimos y fuimos cuando niños y al enfrentarnos al grupo más grande llamado sociedad, agregamos otras enfermedades que hacen del viaje un infierno. Sólo los mejores se salvarán. Tal como los espermatozoides, sólo los que tomen conciencia de la importancia de la vida y busquen solucionar las deformaciones, saldrán ilesos.
Nuestro paso por la sociedad de hoy nos introduce en temas bien complejos. ¿Lo importante es lo que soy verdaderamente o lo que tengo?, ¿El éxito significa acumular y acumular y tratar de parecerme a alguien que tiene muchas más cosas que yo? Si, lamentablemente a veces es así. Los que tratan de romper con esto aparecerán como anormales o locos.
La sociedad actual, o sea, la mayor parte de las personas que dentro de ella existen, valoran el éxito por las cosas materiales que se logran acumular. No importa si sirven para algo, no importa si son funcionales, lo importante es tener, sobre todo poder mostrar que tenemos. Eso es haber alcanzado el éxito. Nos convertimos entonces en vitrinas, que terminamos consumiendo lo que otros consumen, nos convertimos en imitadores con tal de ser aceptados por el medio donde nos desenvolvemos. Llegamos no sólo a comprar y consumir igual, sino a caminar, posar e incluso hablar igual que otras personas. Es una pena, habernos esforzado tanto para sobrevivir y terminar imitando a las hermanas Kardashian, Paris Hilton o Shakira; o terminar comprando una camisa o un pantalón por una etiqueta; o aspirar a un automóvil o un celular por lo que otras personas puedan pensar del éxito. Peor, ir a un gimnasio con la única explicación de parecer inteligente.
La vida moderna, asesina de la individualidad y la creatividad, termina creando en los descerebrados imágenes a imitar y por supuesto introduciendo enfermedades mayores, tales como la ansiedad, la irritabilidad, la insatisfacción insana o enfermiza, en resumen el estrés. No estamos contentos con lo logrado. Nada nos llena. Siempre queremos más.
Y entonces convertimos nuestro camino en algo tormentoso e infernal, dedicándonos a llenar nuestro deseo de tener y acumular, lo que nos impide disfrutar el viaje. Es raro y tonto, pero penosamente es así, al menos para una gran mayoría.
Vivo en República Dominicana desde hace 4 años. Trato de reflexionar todos los días sobre lo que me rodea y descubro que, muchos ricos están jodidos como personas, y precisamente la causa de sus males personales y familiares está precisamente en lo que el dinero los ha deformado y entonces los pobres están también jodidos, pero a mi criterio están peor, no por no tener dinero, sino sencillamente por querer a brazo partido imitar a los ricos. Gran problema, la gente ha perdido la capacidad de pensar y valorar y se dedica sólo a imitar.
Por pensar en alguien ahora, pienso en Michael Jackson. ¿Quién podría haber pensado que a esta hora, joven aún, estaría muerto y que lo que más dejó fue deudas?, ¿Michael Jackson con deudas? Creo que nadie. Pero en realidad, ni la famosa casa donde vivía, con parque infantil incorporado sueño de todo niño, era de él. Horrible forma de terminar su viaje.
Deberíamos urgentemente pagarle a alguien para que nos enseñe a ser felices. Antes de que sea tarde deberíamos aprender el valor del éxito y su significado. Esa es la disyuntiva que tenemos para enfrentar y poder disfrutar nuestro viaje. Entonces: ¿es mejor el que escribe un poema o el que tiene una jeepeta?, ¿es mejor el que salva una vida o el que tiene una majestuosa casa?, ¿qué es mejor ser un buen profesional o un maniquí que exhibe ropa, carros, casas?, ¿qué es mejor tener un hermano y compartir con él el único pan que se tiene o tener un hermano rico con el que no se pueda contar para nada?
De la definición que demos a estas preguntas y a otras más, dependerá la calidad de nuestro viaje. En sentido general podemos escoger entre la insatiscacción insana de no conformarnos con nada y querer más y más, lo que terminará por distorsionar el objetivo y convertir la vida en una guerra o tratar de disfrutar el viaje, descubriendo los detalles mínimos que existen durante el trayecto.
¿El viaje hasta cuándo durará? No lo sabemos. 
Yo particularmente ya a mis casi 50 años soy un sobreviviente, entonces valoro cada día cuando abro los ojos y veo el Sol. Siempre he tenido una convicción, trato de disfrutar el viaje sin pensar mucho en el destino y sobre todo trato de no convertirme en un maniquí.

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